Capítulo 66: Amo y señor del universo.

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Antes de que empecéis a leer, ya sé que faltan unos minutos para que se acabe el día, pero... ¡hoy es el día del nacimiento de Sabrae! CELEBREMOS!!!

Sospeché que mi madre ya se imaginaba que iba a pasar muy poco por casa durante mi cumpleaños, porque si a duras penas podía darse la circunstancia de que se me cayera el techo de la casa encima, en mi cumpleaños tenía más energía que nunca que po...

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Sospeché que mi madre ya se imaginaba que iba a pasar muy poco por casa durante mi cumpleaños, porque si a duras penas podía darse la circunstancia de que se me cayera el techo de la casa encima, en mi cumpleaños tenía más energía que nunca que por algún lado tenía que salir.

Decir que estaba eufórico era quedarse muy corto. Después de lo que a Sabrae se le había escapado al final del recreo, me moría de ganas de volver a verla. No pudo ser a la salida, pero yo ya me esperaba que hiciera lo imposible por escabullirse, incluso si dentro de eso estaba el dejar tirado a Scott para ir corriendo a casa. Ya la martirizaría bastante su hermano.

Eso sí, estaba decidido a no dejar que se me escapara durante la noche, convirtiendo mi fiesta de los 18 en un momento épico de mi vida que sería incapaz de olvidar, ni aunque me sometieran a un tratamiento de electrochoque condenadamente eficiente. Bebería hasta emborracharme, bailaría hasta que me dolieran los pies, la besaría delante de todo el mundo hasta dejar de sentir los labios, y me la llevaría a la sala violeta en la que la había hecho mía por primera vez, hacía unos pocos meses, cuando mi vida aún no había dado un giro de 180 grados.

No obstante, todavía debía esperar un poco, y mentiría si dijera que no me parecía mal. La espera hacía todo más dulce, me permitía recrearme en las expectativas que me iba creando sin ningún tipo de miedo: ahora que confiaba como nunca antes en los lazos que me unían a las personas a las que quería, sabía que podía soñar despierto sin miedo a que ellos me decepcionaran. No lo haría. De la misma manera en que planificas al detalle un viaje que ansías y disfrutas tanto como viviéndolo, yo me regodeaba en las cosas que pensaba hacer durante la noche.

Por primera vez en mucho tiempo, me regodeaba en lo que aspiraba, y que Sabrae no estuviera conmigo no lo hacía todo peor, sino mucho mejor. Su compañía sería un regalo, el mejor que podían hacerme.

Aunque la verdad es que el listón estaba bastante alto.

Después de comer y de dar buena cuenta a la tarta que mi madre había ido a recoger a la mismísima pastelería de los padres de Pauline, me tocó abrir los regalos que me había hecho mi familia. Mi hermana se revolvió en el asiento, nerviosa, mientras rasgaba el papel de colores de una caja que contenía una pequeña plataforma carga portátil cuya batería se llenaba con la energía del sol. Me quedé mirando a Mimi, estupefacto.

-Para cuando vayas a Etiopía-sonrió, apartándose un mechón de pelo de la cara-. Así no te quedarás sin batería en el móvil nunca, y podrás mandarme un millón de fotos de tu fea cara mientras se te va poniendo morena-su sonrisa titiló un segundo, y yo me di cuenta de lo difícil que iba a ser para ella quedarse en casa, con papá y mamá, mientras yo me iba al otro lado del mundo. Mimi no estaba acostumbrada a que yo estuviera en casa, sí, pero lo poco que estaba era tiempo que aprovechábamos juntos en mayor o menor medida. No tenerme por las noches para ver una serie o hacerme de rabiar, o no pincharme para empeorar mi mal humor mañanero era algo que se le haría cuesta arriba.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora