Capítulo 69: Un nuevo rey en la ciudad.

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La última vez que había formulado una pregunta que me había requerido el mismo coraje que la de ahora, también había querido que la respuesta fuera afirmativa.

La chica había sido la misma.

La situación, más bien parecida: yo, con el alma en la mano, ofreciéndosela a modo de regalo, mientras miraba a los ojos de la mujer a la que amaba.

Lo único que cambiaba era mi seguridad: mientras que entonces había creído que tenía muchas posibilidades de obtener la respuesta que yo deseaba, ahora sabía a ciencia cierta que era imposible que me rechazara. No podía repetir la respuesta que me había dado hacía meses, porque veía en sus ojos que no era lo que deseaba. Su mirada me respondió al milisegundo de yo terminar de hablar, y por mucho que su boca dudara, yo ya tenía la contestación que quería.

Por todo eso era por lo que sabía que lo mío con Sabrae sobreviviría a lo que fuera: tiempo, distancia, problemas... nada importaba cuando se trataba de ella; siempre, siempre, siempre la querría. Lo llevaba escrito en mi código genético de la misma manera que estaban sellados mis rasgos físicos o mi personalidad; estaba destinado a ella desde el momento en que nací, y no importaba lo mucho que intentáramos alejarnos el uno del otro: tarde o temprano, el destino volvería a juntarnos, porque jamás conseguiríamos separarnos realmente.

Sin embargo, que los dos fuéramos conscientes de la fuerza de nuestra conexión no implicaba que, en ocasiones, no nos diera miedo. Saberse hecho de polvo de estrellas no impide que, al levantar la vista, sientas una curiosa sensación de vértigo invertido al darte cuenta de que no hay nada más diferente entre un humano y un sol. E incluso Sabrae, hecha del éter que lo mantenía todo en su sitio, de la luz que iluminaba la belleza y el calor que había propiciado la vida, era incapaz de escapar de esa sensación, de no sentir ese miedo.

Es por eso que se apartó ligeramente de mí, como si mi cuerpo estuviera hecho de lava, y el suyo de fuego, y no quisiera que nos mezcláramos en una nube de vapor que flotaría en el techo hasta encontrar la manera de fusionarse con las constelaciones.

Paciente, sabiendo que su impulso por poner espacio entre nosotros no se correspondía con sus deseos, bajé mis manos a su cintura y tiré de ella suavemente para colocarla en la misma posición en que había estado antes. Sabrae no habló, y yo tampoco: me limité a pasar las manos por su anatomía para acercármela, rozando sus preciosos pechos mientras la agarraba de la cintura. No pude evitar quedarme mirándolos, pensativo. Cuando recibía un correo para realizar algún trámite del voluntariado, normalmente estaba a solas en mi habitación, y en consecuencia podía engañarme con menos dificultad a mí mismo, diciéndome que estaría bien, que podría con todo... lo cual, evidentemente, cambiaba cuando estaba con Sabrae. Todo su cuerpo encajaba en el mío demasiado bien, como si estuviera hecha exactamente a mi medida, y eso siempre me hacía preguntarme si no estaría cometiendo el error de mi vida siguiendo con unos planes que había hecho en un momento en que ella no significaba para mí lo que significaba ahora, una etapa obsoleta en la que Sabrae Malik era una nebulosa en un rincón de mi telescopio, en lugar del sol que me permitía contar los días con sus sonrisas y sus miradas.

Cómo iba a echarla de menos cuando estuviera en el voluntariado. África no sería lo mismo sin ella: la cuna de la vida se quedaría yerma, nada me interesaría porque ella no podría más que imaginarse mis recuerdos, en lugar de vivirlos conmigo. Echaría de menos su melena, sus ojos, sus deliciosos labios; sus hombros, sus dulces senos, su cintura, sus caderas, su chispeante sexo, sus piernas, sus pies. Su calor corporal, su olor, la inflexión de su voz dependiendo de su estado de ánimo, el calambrazo que sentía cuando su boca se acercaba a la mía, las cosquillas que sus pestañas me hacían en las mejillas cuando nos besábamos, y el escozor en la espalda cuando la hacía mía de una forma que le encantaba, y sacaba al animal que llevaba dentro.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora