Capítulo 11: Tormenta.

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En memoria de Felicité "Fizzy" Tomlinson.

Alec estaba tardando mucho. ¿Cuánto se suponía que debería llevarle encontrar un preservativo en una fiesta atestada de adolescentes con las hormonas revolucionadas, igual que nosotros? ¿Una fiesta que, además, estaba hasta los topes de machitos como él?

Él ya no es un machito. Ya no. No del todo, al menos.

Descrucé las piernas y las volví a cruzar, abrazándome a mí misma y mirando en derredor mientras esperaba a que el milagro ocurriera y él por fin apareciera por la puerta. Mientras estudiaba los rincones de aquella habitación en la que había empezado todo, que representaba para mí lo mismo que el Jardín del Edén había representado para la humanidad, no podía dejar de fijarme en lo diferente que era aquel lugar no sólo de lo que se suponía que era la cuna de la humanidad, sino también de mis recuerdos, todos con el tono sonrosado que Alec ponía en ellos. Nunca me había fijado en que había un cuadro que formaba la silueta de una ciudad que no sabría identificar con luces de neón en tonos rosas y azules, ni en el pequeño reproductor de CD portátil que había en una esquina, con el enchufe rodeándolo como la cola de un gato metálico cuando éste se sentaba a esperar a que su amo llegara a casa. No tenía mucho sentido que aquel aparato estuviera allí, especialmente si contábamos con que la habitación se encontraba en el corazón de una discoteca, y la música que atronaba en la sala de baile hacía temblar las paredes y la puerta al ritmo del bajo o de la batería que estuviera sonando en ese momento, y que daba el pulso de un corazón a la estancia.

En una esquina, había una papelera de metal oscuro en la que una bolsa de basura cubría la abertura. Llevada por la curiosidad, como si no supiera para qué se usaba esa sala en realidad, me levanté del sofá y me fui hasta ella, sin saber qué esperaba encontrar más allá de entretenimiento y de silencio para las voces de mi cabeza que me instaban a salir fuera e ir en busca de Alec, porque él nunca había tardado tanto en volver conmigo, él nunca me había hecho esperar tanto, él nunca...

Condones.

Usados.

Eso era lo que había en la papelera. Eran solamente dos, y estaban arrugados por el uso. Me pregunté quién habría estado allí antes que nosotros, o si aquellos restos de pasión eran lo que había quedado de las últimas veces que Alec y yo habíamos entrado allí. Por lo menos, aquellas últimas veces habíamos estado juntos y no nos habíamos separado por nada del mundo; habíamos ido al baño a la vez, no sin antes asegurarnos de que Jordan se enteraba de que no estábamos despejando la sala, sino simplemente dejándola sin vigilancia un momento, y habíamos vuelto derechitos de nuevo a la habitación morada con el sofá de cuero blanco casi corriendo, con ganas de más.

Me abracé a mí misma, lamentando haber dejado mi chaqueta con Momo en lugar de habérmela traído con Alec (aunque se suponía que con él no la necesitaría, e incluso me sobraría el vestido) y preguntándome por millonésima vez qué le habría pasado y si necesitaría que fuera en su busca. Recogí mi bolso del suelo y saqué el móvil, sólo para comprobar que en la pantalla de notificaciones no había ninguna llamada perdida, ni siquiera un mensaje suyo en el que me dijera qué le estaba retrasando tanto o si cancelábamos nuestro polvo.

Me senté de nuevo en el sofá y me aparté los rizos de la cara, mordisqueándome el labio y entrando en la conversación con él. Estudié los últimos mensajes que nos habíamos enviado, en los que quedábamos en la discoteca a una hora que para mí había resultado demasiado tarde, y sonreí cuando me encontré con los últimos mensajes de coqueteo.

¿Llevas tú o llevo yo?

¿Y si llevamos los dos?

No hagas promesas que no puedes cumplir después, bombón 😉

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora