Escuché cómo sonreía, pasándose la lengua por los dientes, al escucharme pronunciar la palabra prohibida, "papi". Al principio le había hecho gracia que la usara con él, pero a medida que me iba acostumbrando a ella, le preocupaba que dejara de llamarlo por su precioso y genial nombre por hacer uso de ese apelativo cariñoso, como él hacía con "bombón", que por otro lado me pertenecía enteramente, mientras que el suyo debía compartirlo con mi padre.
Creo que a una parte de él le preocupaba que la relación con papá pudiera cambiar si se me escapaba delante de él. Como si yo no tuviera control de mi lengua, o algo por el estilo, y fuera a dedicarme a ir llamándolo "papi" por todas las esquinas de mi casa, hasta que el resto de mi familia descubriera mis extrañas filias.
El caso es que me gustaba hacerlo rabiar, incluso con la sangre en ebullición en mis venas y un regusto amargo en la boca que nada tenía que ver con sus besos, ni tampoco con la cena. Mientras mi estado de ánimo se iba calmando, descubrí que si me había sentido excitada y dispuesta a intimar de nuevo, era tanto por inercia como porque necesitaba una distracción de las malas sensaciones que me barrían hacia todos lados, bamboleándome como una de esas pelotas atadas a un poste en los patios de los colegios americanos que consiguen entretener a los niños durante todo el recreo. Alec había hecho bien siendo prudente y rechazándome con delicadeza: puede que una parte de mí siempre quisiera hacerlo con él, y esa parte había tomado el control de manera momentánea de mi cuerpo, pero había otra, mayoritaria pero más débil, que sólo quería quedarse acurrucada navegando en la duermevela en sus brazos.
Esa parte era la que más vapuleada estaba siendo por la píldora, y también a que más preocupada se había mostrado cuando descubrí el condón roto hacía unos días en el suelo de la habitación de mi chico.
Alec se detuvo frente al cartel de una película y frunció el ceño, pensativo. Me miró por el rabillo del ojo y yo asentí con la cabeza.
-Atlantis me sirve. No hay mucho que pensar, y Kida es guapísima-cedí, asintiendo despacio con la cabeza. Él se echó a reír.
-Por supuesto, no vamos a comentar nada de la belleza de la protagonista, porque no queremos que se sienta cosificada, ¿verdad?
-Si es guapísima, creo que tenemos la obligación moral de decirlo. Además... me gusta mucho la cantidad de agua que hay en la peli-observé, cerrando los ojos un instante, porque me ardía la vista-. Me gustaría darme un bañito refrescante.
-¿Quieres que coja la silla del escritorio y me siente al lado de la cama para no atosigarte?-se ofreció, y por la forma en que me miró, supe que estaba siendo sincero. No había rastro de decepción en su mirada: no había venido para estar todo lo pegado a mí que pudiera, sino a cuidarme. Sus deseos ahora mismo eran secundarios; mis necesidades, un asunto de Estado.
Instintivamente, me aferré a él.
-No. No quiero que te vayas.
-Vale-jadeó una sonrisa preciosa que me dieron ganas de besar, pero estaba demasiado cansada como para invertir una cantidad ingente de energía en incorporarme y posar mis labios sobre los suyos.
Además, estaba en una postura genial, con su brazo por detrás de mi cabeza, haciéndome de almohada. Alec acarició el panel táctil del ordenador con un dedo al que una parte de mí envidió. La otra estaba ocupada intentando contener las náuseas que sentía, que llevaban incrementándose desde que había empezado la noche, y que parecían a punto de llegar a su punto álgido en el momento en que Alec apareció en mi habitación. Lo mejor que tenía ahora mismo era él, porque era la mejor distracción posible.
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B o m b ó n (Sabrae II)
RomanceHay dos cosas con las que Sabrae no contaba y que le han dado la vuelta a su vida completamente: La primera, que Alec le pidiera salir. Y la segunda, que ella le dijera que no. Aunque ambos tienen clara una cosa: están enamorados el uno del otro. Y...