Capítulo 76: Lo bueno se da en pequeñas dosis.

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Cuando terminó de hacer trizas mi alma, Sabrae se incorporó con una sonrisita de suficiencia que poco tenía que ver con su actitud cuando estábamos con gente. Pasándose un dedo por la comisura del labio tremendamente despacio, como si estuviera aplicándose bálsamo labial o corrigiendo la dirección que había tomado al aplicarse carmín en lugar de retirando los restos de semen que había dejado en su boca, parpadeó tan despacio que, por un momento, pensé que tendría que pedirle que volviera a ponerse de rodillas.

Francamente y viendo el curso de acontecimientos, me sorprendió que no hubiera saltado sobre mí nada más verme en la puerta de su casa, llevando su paquete recién comprado como el gran profesional que era. No es por presumir, pero llevaba el suficiente tiempo con Sabrae como para saber el tiempo que nos quedaba antes de que uno de los dos se corriera, y en cuanto vi su expresión al abrir la puerta, no sólo supe que antes de acostarnos compartiríamos un orgasmo, sino que todas las papeletas para disfrutarlo las tenía yo.

Me había costado Dios y ayuda contenerme en el baño para no hacerle caso omiso cuando, después de arrodillarme frente a ella, hundió los dedos en mi pelo y, jadeando, con todo su cuerpo suplicándome que me la follara, me pidió que parara. Como soy un caballero, y sobre todo porque sabía lo mucho que se comería la cabeza cuando empezáramos a hacerlo, simplemente le di un mordisquito en el muslo y le dije que de acuerdo, sin problema, antes de incorporarme de nuevo y empujarla lentamente hacia la ducha, donde yo sabía que no dejaríamos de besarnos. Lo que no me esperaba era que lo hiciéramos de aquella manera, acariciándonos como si hiciera dos milenios que no nos teníamos, jadeando con cada beso como si fuera un empellón en su interior, con los nervios a flor de piel.

No es que la tensión sexual entre nosotros estuviera bajo mínimos, ni mucho menos: no sabía cómo, pero siempre nos las apañábamos para morirnos de las ganas en cuanto nos veíamos a pesar de que nuestra ratio de polvos no tendría nada que envidiar a la de una prostituta muy solicitada. Créeme, el sexo con Sabrae era peor que la heroína: cuanto más me daba, más quería yo, y más me costaba sobrevivir al contacto sin tenerla del todo. Habíamos conseguido sobrevivir a la semana anterior relativamente bien (si consideras "relativamente bien" a echar uno rapidito antes de que yo me fuera por la noche, lo cual para una persona normal estaría de puta madre, pero para nosotros era un ejercicio de autocontrol tremendo), porque yo sabía que lo estaba pasando mal y que no dejaría de pensar en su hermano salvo cuando estuviéramos haciéndolo. Y era normal. Sería normal que me buscara como lo hacía, pero tenía que aprender a manejar la ausencia de Scott de otra manera; bien sabía yo (y su hermano, ya que estamos) que el sexo podía ser un arma de doble filo que se volvía contra ti a la mínima de cambio, más caprichoso incluso que un gato malcriado, y no podía dejar que se convirtiera en eso para Sabrae.

Eso era lo que me repetía una y otra vez mientras ella me tocaba en la ducha, mientras jadeaba y se frotaba contra mí como una gatita en celo, mientras me lamía despacio y después me miraba a los ojos. No lo quiere, no realmente, necesita sentirse viva, y bien, y ahora sólo se siente bien cuando... bueno, cuando está conmigo.

La prueba palpable de que estaba desesperada era que le daba igual tener la regla.

O eso pensaba yo. Estaba demasiado acostumbrado a verla acurrucada en el sofá, reclamando mimos y las atenciones de una delicada especie en peligro de extinción como para achacar su comportamiento precisamente a su período. Joder, si me esperaban toda la vida duchas de agua fría acompañado de ella, firmaría ya mismo.

No fue hasta que me siguió a la cocina, me empotró contra la pared y me hizo una de las mejores mamadas de mi vida, que conseguí establecer la conexión. Sabrae no estaba ansiosa por estar juntos por los nervios por la falta de Scott. Estaba ansiosa de mí porque estaba cachonda perdida.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora