Capítulo 46: Degenerados.

61 7 0
                                    


Se echó a reír, cínico. Aquel fue uno de esos momentos en los que me apeteció darle un tortazo para que espabilara, pero sabía que la violencia no era la solución por dos motivos: el primero, que estaba tan convencido de que esa violencia era herencia familiar, que usarla contra él sería contraproducente; y el segundo, que era mi novio, aunque yo no quisiera darle el título de manera oficial. Le debía un respeto que con mis hermanos no tenía.

Así que simplemente me quedé allí plantada, con las rodillas a ambos lados de sus piernas, la cara a unos centímetros de la suya, mis pechos rozando su pecho y su aliento ardiendo en mi cara.

-Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae. Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de justificar mi comportamiento de mierda, ¿eh?-preguntó, hiriente, dejando atrás el tono conciliador que había teñido su voz de cariño durante los últimos instantes, cuando me dejó acercarme a él de nuevo y así entrar en su vida otra vez-. ¡No soy buena persona, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?

-Sí lo eres-respondí, acariciándole las mejillas. Me regodeé en el hecho de que él no se apartó; a fin de cuentas, no estaba todo perdido-. Te lo demostraré-me puse en pie y me dirigí a su escritorio, donde su ordenador reposaba sobre una pila de libros arrugados, pero no demasiado utilizados.

-El porno no tiene la culpa de todas las cosas malas que pasan en el mundo, Sabrae-gruñó.

-De ésta, sí-me senté en el borde de la cama, a su lado, y levanté la tapa del ordenador. Miré mi reflejo desnudo en la pantalla negra, y por un instante me permití examinar mi anatomía y preguntarme si no habría algo más detrás de la elección de Alec con respecto a Zoe... pero enseguida aparté ese pensamiento de mi mente. No era propio de mí compararme con otras chicas; mamá me había inculcado que las demás no eran competencia sino compañeras, y no podía martirizarme por las decisiones de otras personas, que siempre escaparían a mi control. Además, Alec era joven, estaba en la flor de la vida y en plena explosión de su sexualidad, así que no podía recriminarle que le gustaran otras.

Cuando apareció a mi lado, apoyándose detrás de mí para ver lo que yo veía, deseché todos esos pensamientos de un plumazo a la vez que él me apartaba la melena del hombro de forma casi inconsciente. Miró sus rizos entre mis dedos un segundo antes de volver la vista a mi reflejo. No miró mis pechos, sino mis ojos.

No hay otras, me había dicho, y con eso me bastó. Con eso supe que aquellas inseguridades terminarían desapareciendo, igual que había acabado perdiendo el miedo a desnudarme frente a él, que había visto tantos cuerpos perfectos y sin embargo adoraba el mío por encima de los demás.

Porque para mí, tampoco había otros.

Alec deslizó la yema de los dedos por mi hombro, se perdió por mi espalda y la punta de estos apareció de nuevo en el reflejo oscuro cuando siguió el contorno de mi cuerpo, dibujando líneas en mi costado. Se me puso la carne de gallina y cerré los ojos cuando sus dedos llegaron al elástico de mis braguitas, que sin embargo no me retiró, como deseaba, ni sobrepasó, como anhelaba.

-Hay muchas cosas que tendría que cambiar para poder merecerte. Pero tú sabes que el porno no es una de ellas.

-Te equivocas-negué con la cabeza despacio, girándome para mirarlo directamente a los ojos, sin pantallas por en medio, sin distancia-. Y te lo voy a demostrar-le acaricié el mentón y le di un fugaz beso en los labios que no le disgustó. Una sonrisa fugaz le cruzó la boca, y mientras yo abría el navegador y tecleaba la misma palabra que había tecleado mi madre y que yo jamás me habría esperado escribir en ningún buscador, Alec se inclinó a un lado de la cama y alcanzó una camiseta y un marcador de plástico. Me los tendió y me preguntó qué prefería-. ¿Por qué?

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora