Capítulo 65: El primer cumpleaños feliz.

90 8 1
                                    


Si hace un año me hubieran dicho que mi vida iba a cambiar tanto en tan poco tiempo, me habría descojonado en la cara de quien fuera que estaba intentando tomarme el pelo de forma tan descarada. No es que no creyera que mi vida no fuera a dar un giro radical cuando cumpliera los 18 (créeme, llevaba contando los días que faltaban para mi mayoría de edad desde que había pasado la pubertad y había descubierto que la inmensa mayoría de cosas que me apetecían se nos negaban a los menores), pero la forma en que lo había hecho me tenía sencillamente flipando. ¿Quién me iba a decir a mí que en lo primero en que iba a pensar cuando el sol me acariciara los párpados a través de la claraboya del techo sería la hermana menor de uno de mis mejores amigos, una mocosa que me detestaba, en lugar del club de strip-tease al que iba a intentar arrastrar a los chicos? Se suponía que iríamos cuando todos fuéramos mayores, por si acaso el portero del local se ponía chulito con nosotros, pero yo confiaba en que mis dotes de persuasión acabarían con el poco sentido común que aún les quedaría a mis amigos. Y las chicas... bueno, ya celebraría el cumpleaños con ellas en otra ocasión.

La fiesta que seguiría a la caída del sol que entonces se levantaba sería épica. Haría mía la frase "sexo, drogas y rock n' roll". Mi fiestón de cumpleaños marcaría un antes y un después en las vidas de absolutamente todos los asistentes, que no serían pocos. Casi seguro que haría un trío. Probablemente incluso participaría en una orgía. Estrenaría mi edad adulta borracho como una cuba, hundiéndome en cuantas pibas se me pusieran por delante y muriéndome de la resaca al día siguiente, y me daría la vuelta en la cama, sonriendo y ansioso porque llegara por fin la noche, cuando el amanecer me despertara.

Y ahora, sin embargo, todo era absolutamente diferente. Seamos francos: sí, seguía interesado en el tema del strip-tease, pero ya no quería ir a tirarle billetes a una chica de dudosa fiabilidad respecto a su nombre por el puro morbo que me producía protagonizar uno de esos momentos tan típicos de las películas de banqueros. Ese instinto no había cambiado; seguía queriendo que una chica bailara mientras se desnudaba para mí, pero una chica en particular. Ya no me interesaban las desconocidas. Ni las conocidas tampoco, ahora que lo pensaba. Sólo había una en mi radar, la que estaba haciendo que sonriera como un bobo, escalara por el hueco de la claraboya aún sin camiseta, y me asegurara de que estaba mínimamente guapo antes de enviarle el videomensaje reglamentario.

-Buenos días, bombón-ronroneé, bostezando hacia la cámara y pasándome una mano por el pelo, pensando en lo que eso le haría. Fantasear con Sabrae masturbándose nada más despertarse era algo que no podía evitar, pero dejaba de ser un placer culpable en el día de mi cumpleaños-. Espero que hayas dormido bien-porque no pienso dejar que duermas esta noche-. Hace un día precioso, y súper importante. A ver si te acuerdas de por qué-le guiñé un ojo, toqué el icono de pausa en el videomensaje, y se lo envié. Sabrae llevaba horas sin conectarse, las mismas que habían pasado desde que me envió un mensaje larguísimo felicitándome el cumpleaños, diciéndome lo importante que era para ella y las ganas que tenía de que fuera ya por la mañana para poder darme un achuchón.

Porque ah, sí, también había conseguido que cambiara eso. Normalmente detestaba tener que ir a clase en el día de mi cumpleaños, y envidiaba a la gente que había nacido en vacaciones o en fiestas nacionales, pero hoy no me importaba. Es más, ni siquiera podía decir que me daba igual, porque no era así: me alegraba de tener clase porque eso significaba que vería a mi chica.

A mi chica, y también a todos mis amigos. Después de aquellos horribles días en los que me convencí a mí mismo de que no me querían en el grupo, y de que si seguía en él era por pura inercia, ahora los Nueve de Siempre estábamos mejor que nunca. Lo mejor que había hecho en mi vida había sido sincerarme con ellos, porque después de poner todas las cartas sobre la mesa, se las apañaron para convencerme de que yo era tan importante como el que más en el grupo. Habíamos hecho mil planes; Scott y Tommy nos habían prometido que, cuando salieran del concurso y les hicieran hacer un tour, lo viviríamos con ellos. Y yo no podía ser más feliz. Mis amigos estaban más unidos que nunca, y encima tenía a Sabrae. Por primera vez tenía un futuro por el que luchar. No volvía a la cama de puro sueño como hacía todos los días después de asomarme a mirar el cielo teñirse de dorado, rosa y después naranja, sino porque me moría de ganas de que empezara el día siguiente. Cuanto antes me durmiera, antes llegaría ese día.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora