Capítulo 45: La pesadilla que amar.

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Jordan se revolvió en su asiento, incómodo. A pesar de que me sacaba dos cabezas y tres años, la que llevaba la voz cantante ese momento era yo. Atrapado en su cobertizo sin tener escapatoria y sin autoridad realmente para echarme, Jordan se veía enjaulado como un leopardo de las nieves en una de jaulas de un zoo que no se había adaptado del todo a su modo de vida: en lugar de desfiladeros escarpados con roca desnuda y espolvoreados de nieve, se veía obligado a conformarse con un espacio de unos cincuenta metros cuadrados en que sus garras pisaban hierba, y sus patas escalaban por árboles más pensados para sus primos de la selva.

Había nacido en cautividad, y no sabía lo que era la libertad, pero sus genes le decían que no estaba donde debía estar, ni con quien debía estar... igual que yo. Yo ya había estado en ese cobertizo y podría incluso considerarlo un hogar, pero si mi compañía no era la que había sido en su momento.

A Jordan y a mí unos unía un lazo fortísimo con un único nudo que, sin embargo, estaba tan bien atado que ninguno de los dos podía deshacerlo: sólo el propio nudo, Alec, sería el que decidiera cuándo se rompería nuestra conexión. Es por eso que nos resultaba tan raro estar en la misma habitación sin él; cuando estás unida a una persona por medio de otra, la ausencia de la segunda hace que la primera se vuelva una desconocida.

El eco de mi pregunta aún sonaba en el pequeño cobertizo en el que la televisión estaba silenciada, reproduciendo un episodio de una serie que yo no había visto en mi vida. Sabes a qué he venido, ¿verdad, Jordan?

Le había puesto contra la espada y la pared, lo admito. Para él era muy violento tener que hablarme de lo que pasaba a Alec, pero mi desesperación me había llevado tan lejos que no iba a abandonar ahora. Jordan podía soportar un poco de incomodidad; yo, en cambio, me estaba consumiendo por el sufrimiento y las dudas. Aún me escocían los ojos de llorar delante de Diana, y me había prometido a mí misma que no lloraría más en cuanto Tommy se marchó, dejándonos solos.

-Ojalá no lo supiera-contestó con cautela y una cierta amargura que me hizo sospechar que a él le hacía la misma gracia que a mí el tener que mantener esa conversación. Dio un sorbo del botellín de cerveza que tenía mediado sobre la mesa de los mandos y procuró evitar el contacto visual conmigo.

-Ojalá no tuviera que recurrir a ti y pudiera hablarlo con él directamente, pero así están las cosas-entrelacé los dedos sobre mi regazo como hacía mi madre cuando les explicaba a unos clientes que el caso que le habían traído estaba muy jodido, pero que haría lo posible por sacarlo adelante.

-Siento que me estoy metiendo donde no me llaman, Sabrae. Lo que pase entre Alec y tú es cosa de Alec y tú, nada más-me miró con cierta dureza en la mirada, pero supe que no era para mí. Jordan era leal a sus amigos, y Alec era su mejor amigo, así que no iba a venderlo así como así. Y, sin embargo, sabía, igual que yo, que Alec se estaba portando mal conmigo. Me lo quedé mirando desde la distancia del sofá, y me descubrí teniendo pensamientos absurdos sobre nuestro parecido (sólo nuestra piel, en realidad), y si eso tendría algo que ver con Alec. Podría incluso haberme puesto a reflexionar sobre si el hecho de que Jordan y yo fuéramos negros tendría algo que ver con una especie de fetiche que tuviera Alec, y que su genética finalmente le hubiera dado un toque de atención, pero lo cierto es que la teoría de la segregación racial no era algo que se compartiera en mi casa, así que ni tuve que desechar ese pensamiento. Jordan y yo no teníamos nada que ver más allá de nuestras pieles más oscuras que la media en Inglaterra y el chico que nos venía a la mente cuando alguien nos hablaba de "la persona en la que más confías en el mundo".

Yo no quería perder esa confianza, y si tenía que luchar por ella con otras personas, lo haría.

-Yo te estoy llamando-sentencié-. Te lo repito: me hace tanta gracia recurrir a ti como a ti que lo haga, pero es lo que hay. Alec me tiene a oscuras. Me ha echado el cerrojo y no quiere escucharme para que le convenza de que le abra la puerta por muy alto que yo le grite.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora