Capítulo 19: Miel y mostaza.

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Dicho esto, que disfrutes del capítulo


Alec jadeó una dulce sonrisa, la más preciosa que le había visto esbozar jamás, cuando por fin pudo procesar lo que acababa de decirle. Era como si mis manos no estuvieran sosteniendo un sobre, como si la realidad de que yo hubiera podido dedicar algo de mi tiempo a escribirle fuera tan escasa que no se atreviera ni a pensar en ella. Noté un pinchazo en el corazón cuando descubrí por qué reaccionaba con esa sorpresa: porque le había hecho pensar que el que se había equivocado había sido él, que el único que había obrado mal había sido él. Y no era así. Yo tenía tanta culpa como él; más incluso.

Por suerte, ya había salido de mi error, así que ahora sólo nos quedaba terminar de sellar nuestra paz desvelando mis propias condiciones. Froté su nariz con la mía, recordándole dónde estábamos y adónde íbamos a ir, y le tendí el sobre.

Él lo cogió con manos temblorosas, temiendo que cambiara de opinión en el último momento. No desaprovechó la ocasión de acariciarme las manos cuando lo hizo, sus dedos deslizándose por los míos como expertos esquiadores en su pista predilecta. Cuando por fin tuvo el sobre entre ellos, lo giró a un lado y a otro, comprobando que fuera real.

La cara de niño bueno que se ilusiona cuando baja las escaleras y ve el árbol de Navidad colmado de regalos que puso entonces mereció todo el dolor por el que pasamos las últimas semanas. Ver cómo su sonrisa se ampliaba, sus dientes acariciaban sus labios y sus ojos chispeaban con fuegos artificiales de verano me hizo sentir ligera como una pluma, a pesar de que aún tenía un nudo en el estómago contra el que no sabía muy bien cómo luchar.

Lo tenía todo prácticamente ganado, eso lo sabía, pero siempre había margen de error. Siempre había una ligera posibilidad de que las cosas salieran mal. Siempre había una ocasión de que la suerte se volviera en mi contra, y él quisiera algo más de mí, algo que yo no había sabido darle antes.

-¿Me lo estás diciendo en serio?-preguntó, emocionado, y yo asentí con la cabeza. Su sonrisa era más contagiosa que una infección, y su felicidad me hacía cosquillas en la parte baja del estómago de la misma forma en que lo hacían sus besos.

-La he escrito a mano. Espero que entiendas mi letra-musité, más y más tímida. Era increíble cómo él era la persona que más fuerte podía hacerme, y a la vez podía derrumbarme como un castillo de naipes. Amar a alguien realmente es darle la capacidad de que te destruya y confiar en que no lo hará. Y yo quería tanto a Alec... lo había dejado muy claro en la carta, ésa que iba a leer ahora.

Él dio un paso hacia mí y se abalanzó de nuevo hacia mi boca, el manjar más apetitoso que hubiera probado nunca. Contuve un jadeo de la sorpresa que me produjo aquel delicioso impulso, y sonreí contra sus labios, jugando con su lengua, disfrutando de aquella extraña sensación de nerviosismo crecer más y más en mi interior a cada segundo que pasaba. No quería que abriera la carta, y a la vez no quería que la tuviera cerrada entre sus manos ni un minuto más. Necesitaba que la leyera y necesitaba llevármela. Necesitaba que leyera mi disculpa y que me dijera que estaba bien, y a la vez que me permitiera llevármela y pulirla un poco más, perfeccionarla, hacerla estar a su titánica altura...

Me acarició la mejilla con el pulgar, notando mi cambio de humor y tratando de contrarrestarlo. El sobre crujió ligeramente en mi cintura cuando nos separamos de nuevo y nos miramos a los ojos tan intensamente que el tiempo se detuvo.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora