Capítulo 16: Mansión Drama.

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Incluso el peluche de Bugs Bunny parecía mirarme diferente después de lo de la noche pasada. No debería comportarme así, y lo sabía. Lo había sabido incluso mientras me dejaba llevar por la rabia que me había dado pensar que Mimi no estuviera al tanto de lo que nos había pasado a Alec y a mí. Se podía deber a un millón de cosas diferentes, cosas más lógicas que Alec no dándole importancia al asunto.

Debería haber parado nada más empezar, porque todas aquellas teorías empezaron a cobrar más y más fuerza, desplazando mi despecho, cuando vi cómo me miraba en la discoteca. Durante la fiesta, habría jurado ante quien fuera que no me importaba que Alec estuviera allí, y que si estaba bailando era sólo porque me apetecía pasármelo bien, pero no habría sido verdad. Si buscaba a otros chicos, si me pegaba mucho a ellos y tonteaba hasta el punto de que pareciera dispuesta a irme a sus casas llegado el final de la canción que estuviéramos bailando, era por un único aliciente: él. Mientras hacía todo aquello, tenía su completa atención, aunque yo fingiera no tenerle en cuenta. Sabía que sus ojos estaban clavados en mí, sabía que se mordía el labio, que se revolvía en el asiento cada vez que yo me agachaba y me frotaba contra el chico de turno.

Debería haber parado cuando empezó a sonar Jason Derulo, porque eso estaba siendo cruel incluso para mí, pero una parte de mí deseaba llevar a Alec a su límite igual que él me había llevado al mío. Puede que si bailara un poco más, puede que si cantara algo más, puede que si me pegara un poquito más, él acabara desquiciado y corriera hacia mí. Y me hiciera salir de aquel pozo en el que me había lanzado de cabeza, a una superficie tan lejana que parecía una quimera.

Le había hecho daño, más del que él me había hecho a mí, y eso era imperdonable.

Por eso Mimi se había comportado de forma diferente conmigo desde que Alec se marchó. Cuando lo vi irse a la barra, mi corazón dio un vuelco y pensé que todo aquello estaba a punto de terminar, pero se me cayó el alma a los pies al comprobar que no era así. Alec sólo quería irse de allí: en mi afán por atraerlo a mí como una polilla a la luz, lo había alejado con la fuerza del tirón gravitacional de un planeta gigante. La ironía espacial se repitió a pequeña escala: lo mismo que debería haber arrastrado a Alec hacia mí era lo que ahora lo escupía de mi zona de influencia, lo que lo lanzaba a la velocidad de la luz tan lejos de mí que pronto dejaría de verlo. Diana fue a hablar con él, intercambiaron varias palabras, Alec se enfadó con ella, y yo tuve ganas de abrirme paso entre la gente y decirle que la americana no tenía culpa de absolutamente nada. Al principio, Diana había estado más que por la labor de darle una lección, pero después de ver cómo le daba celos sin ningún tipo de remordimiento, había terminado cambiando de bando y decidiendo que aquello no podía seguir así. Ella también estaba enfadada con su chico, y puede que con que Diana y Eleanor estuvieran molestas con sus equivalentes a Alec debiera de bastar.

Desde luego, eso era lo que pensaba Mimi, que había ido en pos de su hermano, puede que para disculparse en mi nombre (en cuyo caso, yo no me retractaría, y así podría dejar de comportarme como una zorra sin corazón y volcar todos mis sentimientos en un cuenco para ofrecérselo a Alec, y que él decidiera si bebía de él o si por el contrario lo tiraba al suelo, derramando así mis esperanzas de regresar), o puede que simplemente para decirle que yo no debería ser capaz de aguarle la fiesta. Fuera lo que fuera lo que le dijo Alec en mitad de la pasarela en dirección a la superficie, dejó tan afectada a Mimi que volvió llorando al sofá donde nos esperaba Eleanor, con el ceño fruncido y varios vasos de chupito vacíos.

Corrí entre la gente para ver qué sucedía, y mientras Mimi sollozaba en brazos de Diana me quedé plantada a su lado, acariciándole la espalda despacio.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora