Capítulo 22: Dioses.

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Otra vez te doy el coñazo con un mensaje antes del capítulo, perdóname. Quería decirte que la semana que viene también tengo otro viaje, por lo que el siguiente domingo no podré subir, pero, ¡no te preocupes! Esta semana escribiré el capítulo siguiente, antes de marcharme, ¡y Sabrae volverá de nuevo el 23!

Espero que disfrutes con este capítulo, perdona por la espera, ¡dale mucho amor aunque yo no esté!

Sabrae arqueó la espalda, ofreciéndome sus senos para que mi boca los saboreara. La suya estaba abierta en un gesto de placer que hacía que me estremeciera de pies a cabeza cada vez que me encontraba con sus labios, y sus piernas dobladas en torno a mí hacían de muros en una prisión de la que yo no quería escapar, en una fortaleza en la que yo no necesitaba defensas, porque nadie conseguiría convencerme de que saliera de allí.

Arqueé un poco la espalda, casi saliendo de aquel interior que tanto bien me estaba haciendo, y besé las aureolas sonrosadas de sus pezones. Sabrae ahogó un gemido y hundió las uñas en el colchón, mientras mi lengua se ocupaba de darle la atención que se merecía a aquella parte de su anatomía. Se estaba comportando como una devota en su iglesia, depositando una ofrenda en forma de velas encendidas o pan frente a la estatua de su santo preferido, y a la vez como una diosa, regodeándose en mi manera de adorarla.

Exhaló un suave gemido de satisfacción cuando mis dientes juguetearon con los montículos de sus pezones, y sus manos volaron a mi espalda al rodear mi lengua el piercing. Aquel adorno en su cuerpo ya de por sí perfecto era la prueba de que era una estrella, la mejor de todas: todas las estrellas tenían un poco de metal en ellas, y Sabrae no iba a ser una excepción.

Miré desde el valle de sus pechos a su expresión de satisfacción mientras hundía aún más las uñas en el colchón. Se mordió el labio para contener un gemido que no logró detener del todo, y que se escurrió de su boca como gotitas de miel que rebosan de un panal. Sus piernas se cerraron un poco más en torno a mi cintura, y cuando yo la embestí y acompañé a esa embestida de un último mordisco en su pezón, Sabrae exhaló todo el aire que retenía en su pecho y se dejó caer sobre la cama. Su espalda rebotó suavemente sobre el colchón, haciendo una fricción curiosa en el punto en que nuestros cuerpos eran uno, y entreabrió los ojos, borracha de mí, para mirarme cuando yo me incorporé lo suficiente como para que nuestras miradas se encontraran.

Mi niña preciosa.

Estaba a punto de llegar.

Me incliné a probar de nuevo aquel sendero al paraíso que tenía en los labios, la puerta a un camino curiosamente descendente que llevaba directamente al cielo. Sabrae entreabrió la boca y me dejó besarle el labio superior primero, y el segundo después, como había hecho con lo que tenía entre los muslos ahora que por fin la había visto desnuda.

Sus manos recorrieron los músculos de mi espalda con sus caderas siguiendo el ritmo pausado de las mías, empujándola lenta pero firmemente al cielo. Dejó escapar un suspiro cuando la agarré de las caderas, y se abrazó de mi cuello. Se apartó el pelo de la cara, que se había derramado por la almohada como el halo de azabache de una nueva generación de santos que ya no dependían del oro para demostrar lo importantes que eran, y se ocupó de no dejar mi boca desatendida.

Me gustó el mordisco que me dio sin poder evitarlo cuando una de mis manos se deslizó por la curva de su cintura y se coló en el hueco que su sexo hacía en su anatomía. Recorrí las subidas y bajadas que la componían con el mimo del explorador que visita su rincón natural preferido por enésima vez, y le dediqué a su clítoris la atención que se merecía. Lo masajeé en círculos, lo que hizo que Sabrae perdiera el control de sus caderas, que pasaron a obedecerme sólo a mí. Se movieron en el sentido de las agujas del reloj, tal y como yo estaba recorriendo aquel pequeño guisante de su sexo, mientras yo continuaba embistiéndola despacio. Llenándola. Colmándola. Poseyéndola. Haciéndola mi mujer, como ella me había pedido.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora