Para cuando doblé la esquina de la calle de Alec, ya empezaban a dolerme los riñones por los golpes rítmicos de la parte baja de la mochila en mi espalda. Como los tambores indicando la marcha que debían seguir las tropas, ese pulso me había perseguido durante todo el trayecto, dándome ánimos y a la vez recriminándome que no pudiera ir más deprisa. Era rápida, era ágil, y estaba acostumbrada a hacer deporte, así que, ¿por qué mis piernas simplemente no se movían a la velocidad que yo quería? El aire era mucho más denso ahora que los latidos desbocados de mi corazón, en parte por el ejercicio y en parte por los nervios, no me dejaban escuchar mis pensamientos.
Derrapé en las piedras del sendero de entrada a su casa y por poco me caigo al suelo, pero de nuevo mis reflejos consiguieron salvarme. Salvé el escalón de la entrada de un salto, y presioné el timbre con tanta insistencia que me costó apartar el dedo de él. Sólo una voz en mi cabeza diciéndome que intentara tranquilizarme, que no había necesidad de ponerse así de nerviosa y que todo tendría una explicación lógica, fue lo que me hizo acabar con el repiqueteo.
Pero yo sabía que no me estaba comportando de forma exagerada. Puede que el mundo me viera como una paranoica, pero las semanas que habíamos pasado Alec y yo peleados, y las que estaban pasando ahora Scott y Tommy, me hacían tener motivos de sobra para preocuparme. Por mucho que las voces de mi cabeza me dijeran que puede que sólo se hubiera quedado dormido, yo sabía que Alec no se dormiría y se perdería un amanecer. Y no había pasado nada que hiciera que no me enviara el mensaje. Incluso si se hubiera caído la red, lo habría terminado recibiendo. A una hora diferente, puede que cuando yo me conectara, pero estaría ahí.
Y, sin embargo, ahí estaban los dos mensajes, uno en azul y otro en blanco, poniendo broche a nuestra conversación, la última piedra de la catedral que estábamos construyendo.
Hoy no voy a poder hablar, sol, me quedo a dormir en la habitación de Scott ♥ que descanses
Vale, no te preocupes ❤ descansa tú también, mañana nos vemos☺
Descansa tú también. Descansa tú también. ¿Descansar de qué? Si yo apenas estaba haciendo nada. Todo el peso de la pelea de Scott y Tommy lo estaba cargando él sobre sus hombros; él, y nadie más que él. Más tarde lo comprobaría, pero ahora...
La puerta se abrió y yo contuve el aliento, deseando que alguien de cabello de tonos de chocolate caliente que tan bien casaba con los dulces sentimientos que me despertaba, y mechones aún más ensortijados de lo que me tenía acostumbrada por haberse levantado de la cama, me estuviera esperando al otro lado. Con un bostezo, rascándose un omóplato y haciendo que la camiseta que se ponía para bajar a desayunar se le subiera y me mostrara la línea perfilada de sus abdominales, Alec sonreiría.
-Me preguntaba cuánto tardarías en venir corriendo al ver que me había olvidado de ti.
Y yo le respondería que sólo me había apresurado porque necesitaría una barra de labios que le había prestado a Mimi, aún no se sabía cuándo ni con qué pretexto, porque a Mimi le gustaba maquillarse, pero apenas lo hacía por su timidez. O eso me había contado Eleanor. Los dos nos reiríamos y continuaríamos con nuestra mañana, esta vez juntos, casi como si yo hubiera dormido en su casa...
... sólo que aquellas esperanzas no salieron de mis sueños, tal y como me temía. Quien me había abierto la puerta no era Alec, sino su madre; Annie llevaba el pelo recogido en un moño apresurado, una chaqueta de chándal que a todas luces era de su hijo, y sus cejas arqueadas como si fueran parte de la estructura del Coliseo Romano.
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B o m b ó n (Sabrae II)
RomanceHay dos cosas con las que Sabrae no contaba y que le han dado la vuelta a su vida completamente: La primera, que Alec le pidiera salir. Y la segunda, que ella le dijera que no. Aunque ambos tienen clara una cosa: están enamorados el uno del otro. Y...