Capítulo 24: Paracaídas.

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No había que ser ningún genio para saber que la relación de Alec con su familia no era al uso, y yo estaba en un punto de conocimiento de él que ya me consideraba una experta. Aunque es cierto que había cosas que se me seguían escapando, las mismas cosas que parecían escapárseles a los demás. A una parte de mí le dolía estar a oscuras en lo que respectaba a Dylan; nos habíamos contado tantas cosas, hecho tantas confidencias y revelado tantos secretos, que el verme sin nada a lo que agarrarme para poder entretejer una red de salvamento para Alec era un puñal de hielo clavándoseme en el estómago.

A esa misma parte también le causaba un oscuro alivio descubrir que no era simplemente conmigo con quien pasaba eso: Eleanor también se había enterado a la vez que yo de que Dylan no era el padre de Alec, y eso que Mary y ella eran amigas íntimas; mejores amigas, de hecho, con un estatus muy superior que hacía incomprensible que Eleanor no supiera que Alec no había nacido con el apellido que ahora llevaba. Eso hacía un poco más fácil mi ignorancia, me hacía ver que era un tema delicado en el que no debía entrar como si tal cosa.

Le dolía. Se le veía en la cara, en toda la tensión que empezó a manar de su cuerpo en el momento en que le hice aquella pregunta. Alec se había dado cuenta de que quería hablar de su padre, de que estaba ahí para consolarlo, pero, ¿quería que le consolaran, o fingir que no tenía la herida? Fuera como fuese, yo estaría ahí para él, como él lo había estado para mí. Ya no sólo porque fuera mi deber como amiga, como confidente, como amante y enamorada: también porque él me importaba, porque compartía su dolor, y por una cuestión de respeto y confianza tan profundos e intrincados que vulnerarlos me parecía un sacrilegio.

Sólo había puesto esa cara delante de mí una vez antes de aquella, y había sido precisamente cuando le pregunté a bocajarro por qué llamaba a su madre "mamá", pero a Dylan lo llamaba por su nombre de pila y no por el título que todos los hijos le dábamos a nuestros padres (título que las chicas también otorgábamos a nuestros novios, a veces en broma y a veces en serio). Visto en retrospectiva, debería haberme dado cuenta de que había algo raro allí. Debería haber unido los puntos mucho antes, y ahora volvía a sentirme mal, como me lo había sentido en el sofá, al enterarme de la historia de su más tierna infancia y de sus orígenes.

Ahora sólo me quedaba esperar. Ser paciente, dejarle elegir con toda la calma que el mundo tuviera reservada para él, toda la tranquilidad que se merecía, y respetar aquella decisión. Como él había hecho muchas veces con el tema de mi adopción, que no había tocado a profundidad, con nadie más que con él, me limité a abrir la puerta y quedarme a su lado, dándole la opción a atravesarla o no dependiendo de lo que más le apeteciera en ese momento. Puse el manjar sobre la mesa y lo empujé suavemente hacia él, permitiéndole elegir entre comerlo o levantarse e irse.

Le coloqué unas alas y un paracaídas en la espalda y le di la mano al lado del acantilado, prometiéndole que, si saltaba, yo lo haría con él; y si saltábamos, caeríamos o volaríamos juntos.

En eso consiste estar enamorada: en abrir las alas, y también el paracaídas.

Unas horas antes.

-Cuando una chica dice "bien, bah", hablando de un polvo, es que ha sido pésimo, bombón-había ronroneado Alec, jugueteando con el rincón en que mi cuello se unía a mis hombros, haciendo una L que se abría más o menos dependiendo de hacia dónde estuviera mirando yo. Sonreí.

-Es que ahora tengo unos estándares de calidad-repliqué, estirándome cuan larga era y mordiéndome los labios para no sonreír más, pensando en mis estándares de calidad y cuánto iba a elevarlos esa noche. Seguíamos en el sofá del sótano de mi casa, junto con Scott y Eleanor, y había surgido el tema de las cosas que habíamos hecho estando separados. Curiosamente, no había dolor en la confesión de que habíamos tenido sexo con otras personas, porque ambos sabíamos que no podía compararse con nada que hubiéramos hecho juntos. Sí, él se había acostado con otras chicas, y sí, yo lo había hecho con Hugo, y debería dolernos, pero saber que no lo habíamos disfrutado como disfrutábamos del sexo en común nos causaba un oscuro y secreto placer.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora