Capítulo 14: Terapia.

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Todo calor corporal que consiguiera retener conmigo era poco. Seguía en la cama de Scott, a la que había vuelto nada más desayunar, porque no podía soportar el meterme en mi habitación. Estaría demasiado sola, y no podía arriesgarme a estarlo además de sentírmelo.

Quien dijera que los corazones rotos se curaban estando en la cama y con alguien rodeándote la cintura, tenía razón a medias. En mi pecho ya no sentía ese fuego rabioso que había ardido en mi interior el día anterior, cuando me había pasado la mañana llorando en la biblioteca y la tarde discutiendo con Alec y luego lamentándome de las cosas que le había dicho, pero que dentro de mí no hubiera un incendio no significaba que el lugar donde se encontraba mi alma estuviera adecuado a ella.

Seguía encogida en posición fetal, hecha un ovillo entre las mantas que desprendían el aroma familiar, a hogar, del cuerpo de mi hermano, mientras miraba mi teléfono con un poco más de desesperanza con cada segundo que pasaba. Después de despertarme había disfrutado como nunca antes de esos gloriosos seguros en los que no te afecta nada y te sientes como en el aire: toda tu vida es perfecta, tus problemas aún no han caído sobre ti. Tenía el brazo de Scott rodeándome la cintura y su respiración acariciándome despacio las mejillas. Todo iba bien: tenía todo lo que necesitaba al alcance de mi mano, rodeándome, y pronto podría girarme, coger mi teléfono y celebrar la llegada de un nuevo día con un mensaje de "buenos días" al que ya me había acostumbrado tanto que lo daba por sentado. Demasiado por sentado.

Mi mundo comenzó a resquebrajarse poco a poco cuando me di cuenta de por qué estaba durmiendo con Scott: no es que requiriera de ninguna ocasión especial para meterme en la cama de mi hermano; las veces que había empezado a dormir en casa mientras me acostumbraba a mi apellido y mi familia lo había hecho con él. Pero, con el paso del tiempo, aquellas visitas a la cama calentita, mullida y cómoda de Scott se habían terminado reservando sin pretenderlo ninguno de nosotros dos a momentos en los que nos apeteciera ejercer de hermanos, alguno de los dos necesitara urgentemente mimos, o simplemente estuviéramos enfermos y con los ánimos un poco bajos, a la altura de las defensas.

No tuve que comprobar mi estado de salud en un chequeo rápido para recordar por qué estaba allí, pero conseguiría sobrevivir. Mientras esperaba a que Scott se diera la vuelta y dejara de aprisionarme con su brazo, me descubrí con un ánimo nuevo, mejor, más tendente a perdonar. Visto en perspectiva, con la sangre un poco más templada ahora que había pasado el tiempo, empezaba a pensar que puede que hubiera exagerado un poco con mi reacción del día anterior. No con mis amigas (que puede que también, pero no era eso lo que me preocupaba), sino con Alec. Rememorando lo que me había dicho durante la discusión y las veces que habíamos hablado, me dije a mí misma que yo era importante para él y él había actuado en consecuencia, que no se había impuesto a mi voluntad, sino que simplemente la había suplido cuando yo no había podido ejercerla.

La noche me había hecho una pregunta durante mis sueños, y la mañana me había susurrado la respuesta con la delicadeza del contorno de las nubes recortándose contra el dorado del cielo al amanecer: ¿acaso no habría hecho yo lo mismo por él?

Sí. Claro. Era poco probable que yo me encontrara en la misma situación que él se había encontrado conmigo, por todo ese rollo de mi género y el mundo en el que había nacido y cómo estaba asquerosamente diseñado, pero de haber estado cambiadas las tornas, yo también habría protegido a Alec como él me había protegido a mí. Y yo también me habría molestado con sus amigos si ellos hubieran provocado aquella situación.

Así que, de la misma forma en que yo había cambiado de opinión, esperaba que él hubiera cambiado la suya. Se habría levantado igual que yo, con el mismo humor renovado, dispuesto a hacer las paces o puede que con ganas de fingir que no había pasado nada. Cogería mi teléfono, lo desbloquearía, y me encontraría con un delicioso mensaje suyo en el que me enseñara las dos cosas que más hacían que levantarse por la mañana mereciera la pena: el sol levantándose y desparramando una preciosa paleta de colores por el lienzo infinito del cielo...

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora