Capítulo 32: Ángel de la guarda.

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Si tenía que mirar el lado positivo de lo que diría Eleanor de camino a su casa, cuando el tiempo se nos hubiera agotado con nuestras respectivas parejas, era que le había borrado la sonrisita de suficiencia de la boca a mi hermana. Mimi se había ocupado de Eleanor de la misma manera que yo me había ocupado de Scott a lo largo de la tarde, como si los hermanos Whitelaw fuéramos los ángeles de la guarda de la "parejita de la discordia", como estaba seguro que mi madre se refería a Eleanor y Scott en su cabeza cuando nos pillaba a Mimi y a mí hablando de ellos. A mí me habían asignado a mi amigo, y a mi hermana, a su mejor amiga, casualmente del mismo sexo que ella, y en cuyos probadores podía colarse a probarse prendas que no iba a ponerse nunca sin que nadie la mirara mal. Pobre de mí si a mí se me ocurría siquiera meter la cabeza en el probador de alguna tienda a la que llevara Sabrae, no porque fueran a mirarnos mal (eso me importaba una mierda), sino porque haría que pasáramos la noche siguiente en el calabozo, separados por una reja, por escándalo público (hacerlo en un probador era una de mis fantasías sexuales, y podía ponerme muy persuasivo si quería; además, si Sabrae me llamaba para que le diera mi opinión sobre una prenda, seguro que lo hacía con segundas intenciones).

El caso es que, mientras yo me ocupaba en darle la vuelta al colchón de Scott y rezaba por que eso supusiera también un cambio de humor en él, Mimi se había ocupado de tener distraída a Eleanor en el equivalente femenino de una tarde jugando a videojuegos y bebiendo cerveza: llevándosela de compras y tirando de la tarjeta de crédito cuyos gastos mamá y papá no tenían del todo controlados. Las dos eran unas mimadas, pero no hacían peligrar la estabilidad económica de sus familias, así que yo no iba a juzgarlas.

Sin embargo, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de trabajos en beneficio de la comunidad (léase, arrastrar a Scott todo lo lejos que pudiera de las garras de la depresión) se habían visto recompensados con una sesión de compañía, después mimos, y casi sexo con Sabrae, mientras mi hermana se dedicaba a dar vueltas por el vecindario y a visitar a una compañera de baile con la que no terminaba de congeniar del todo, con la excusa de que tenían que preparar un baile juntas.

Mimi se había cansado pronto de estar con aquella chica. Así que se había dejado caer en casa de los Malik, y poniendo ojos de corderito degollado, frotándose las manos mientras se soplaba sobre ellas, y aleteando con las pestañas, consiguió que Zayn no viera la mala víbora que era y la dejara entrar en casa. Lo siguiente que seguiría sería una petición con fingida timidez por parte de Mimi: "¿siguen Alec y Eleanor en vuestra casa? A mamá no le gusta que vaya por ahí de noche, sola".

Lo que en su idioma venía a ser como "Sherezade, ¿te importaría subir y joderle el pollo al santo de mi hermano, que me aguanta una tanda de tonterías que no toleraría ni el dalái lama?" Gracias".

Y Shasha, ya acostumbrada a cortarnos el rollo, había trotado de nuevo escaleras arriba, en dirección a la habitación de mi chica, confiando en que no estaríamos usando los cupcakes que habíamos rescatado del horno como juguetes sexuales. Por lo menos no pervertimos a la chiquilla; eso sí, la risita mal disimulada que exhaló cuando nos pilló otra vez semidesnudos, enrollándonos sobre las migas de los que habíamos subido a su habitación, no se la quitaba nadie.

Sabrae se puso roja como un tomate al ver que su hermana nos había pillado con las manos en la masa de nuevo; y yo, que no tenía nada que perder y muchísimo que ganar, le dije a Shasha que estaba en medio de algo y que no iba a dejar que cierta petarda me lo estropeara (palabras textuales).

-No seas malo-me recriminó Sabrae, dándome un manotazo en el hombro a los que empezaba a acostumbrarme... y que echaría muchísimo de menos si algún día se detenían. Así que me abroché los pantalones (no, no habíamos llegado a quitárnoslos, aún), me abotoné la camisa y recogí mi móvil y mi cartera de la mesilla de noche de Sabrae mientras ella se enfundaba unos leggings, intentando ignorar los ojos abrasadores de Shasha, que no se apartaban de ella.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora