Capítulo 23: Casa.

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Pasé un único minuto vestida tal y como él esperaba que estuviera. En cuanto cerró la puerta y me dejó sola con mis pensamientos, descubrí que quería darle una nueva sorpresa en aquella noche que los dos estábamos convirtiendo en mágica.

               Las endorfinas del sexo con él y el aroma que su cuerpo desprendía y que aún flotaba en el ambiente de mi habitación me susurraron al oído qué hacer. Salí de la cama y di un par de pasos alrededor de mi habitación, en busca del disfraz de femme fatale que tenía pensado ponerme, y pronto estaba lista para salir a matar, como había hecho en muchas otras ocasiones. Sólo me tocaba esperar, cosa que hice revolviéndome en la cama como una gatita, buscando la postura más sexy que se me ocurriera,  mientras Alec se entretenía en el piso de abajo haciendo sabía Dios qué. Le di al refrán de "quien espera, desespera" un nuevo significado, pues pronto el tiempo comenzó a arrastrarse de nuevo ante mí como lo había hecho las semanas que habíamos pasado separados.

               Me tumbé de un lado. De otro. Me incorporé hasta quedar sentada. Crucé las piernas. Las descrucé. Todo mientras me decidía por la postura perfecta en la que recibir a mi chico.

               Y, por fin, él abrió la puerta de mi habitación, sin llamar ni nada, como esperaba que hiciera si alguna vez nos mudábamos juntos: entraríamos en cada estancia de la casa sin preocuparnos por cómo encontraríamos a la otra persona, porque el tiempo que pasáramos juntos haciendo el tonto y viéndonos en nuestros momentos más vulnerables sería más que suficiente para que ya nada nos sorprendiera, al menos no para mal.

               Venía con una nueva decisión que a mí me encantó. Entró en la habitación con paso decidido, la manzana con la que íbamos a jugar en los dedos, haciendo de jaula y a la vez de transporte, el pecho subiendo y bajando a un ritmo más rápido de lo normal, puede que por la anticipación de lo que íbamos a hacer en mi cama, el pelo deliciosamente revuelto y un gesto de concentración y férrea determinación en el rostro.

               Me apeteció abrirme de piernas para él en ese instante y ordenarle que se hundiera en el hueco entre mis muslos, haciendo un clavado que puede que me hiciera daño, pero que me satisfaría como pocas cosas lo habían hecho en mi vida (y todas, absolutamente todas, habían tenido algo que ver con él), pero conseguí contenerme a tiempo. Dejé los pies cruzados por los tobillos, mis curvas extendiéndose por la cama, y esperé con una sonrisita de suficiencia en los labios.

               -Sabrae, tenemos que...-empezó él, y me dio la sensación de que quería darme un sermón sobre algo que había hecho mal, pero no podía evitarlo. Cuando él estaba cerca, ser buena se hundía en mis prioridades, y portarme lo peor posible para pasármelo lo mejor que pudiera se convertía en la única razón por la que yo seguía respirando. Nos pelearíamos si hacía falta, pero le había pedido que fuera a por la manzana no porque me importaran sus vitaminas o los otros muchos beneficios que pudiera suponer para mi salud, sino porque, simplemente, tenía muchísimas ganas de volver a experimentar lo que había sentido en el cuarto del sofá de la discoteca de Jordan, cuando Alec y yo estuvimos solos, yo tenía la regla, y él se las apañó para hacer de aquella noche la más erótica de mi vida; y la manzana, el símbolo del placer prohibido por excelencia. No en vano, nos había echado del Edén.

               Por suerte, no tuvimos que negociar ningún tipo de acuerdo que a él se le hubiera ocurrido, ni mucho menos pelearnos. Porque, en cuanto me vio, su cerebro se desconectó. Alec se detuvo en seco, mirándome con estupefacción, como si fuera un marinero que por fin se encuentra a la sirena cuyo canto le ha llevado a navegar por medio mundo, y descubre que es mucho más hermosa de lo que se había imaginado. Exhaló un bufido de pura desesperación que le salió de lo más profundo del alma, y yo sonreí.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora