Capítulo 62: Idas de olla emocionales.

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Cada vez que miraba a Tommy y Scott, se me formaba un extraño nudo en la garganta que me impedía respirar. Y no ayudaba nada que todo el mundo me recordara constantemente lo que iba a pasar con ellos en unas pocas semanas.

Recapitulemos: Scott había sido expulsado del instituto, en pleno último curso, porque le habían captado en vídeo saliendo del vestíbulo del edificio poco antes de que lo hicieran unos chavales a los que les habían pegado una paliza. Nadie, salvo alguien que hubiera estado presente en la pelea, se había enterado de que aquella panda de chicos "de bien" estaban allí encerrados, así que si Scott había ido a soltarlos era porque había participado en la acción.

La expulsión de Scott, indefinida y con efecto inmediato, le había dejado en un limbo del que no había manera de sacarlo. El manchurrón en el expediente que le quedaría después de ese incidente le había cerrado las puertas a todas las universidades buenas del país (y, ¿por qué no? También del extranjero –porque, seamos sinceros, las fronteras de Inglaterra no se correspondían con las fronteras estudiantiles de Scott, que para algo se apellidaba Malik-), así como de los mejores institutos en los que se repartían las llaves de las residencias estudiantiles de esas universidades. Adiós a la carrera más jodida que había inventado el hombre para mi amigo, aquella en la que sólo entraban genios sin diagnosticar y de la que salía gente que terminaba flotando más allá de los límites de la atmósfera, o haciendo los cálculos necesarios para poner un objeto de varias toneladas en órbita, y luego sacarlo del sistema solar.

Por suerte para él, ese limbo se había convertido en el puente a otro estrellato, no tan literal, pero casi tan inalcanzable para alguien de la calle, y muchísimo más accesible para alguien como él (o sea, que se apellide Malik): el mundo del espectáculo. La música, para la que mi amigo tenía un don. Por eso había enviado su audición a un programa de la tele, para seguir los pasos de su padre, de quien siempre había renegado.

Así que era evidente que se iba a ir, y yo estaba bien con ello. El problema era que Scott no tenía alternativa, así que todos habíamos dado por sentado que ésta era la única solución que se le presentaba, y todos nos alegrábamos de que pudiera escapar de la espiral de autodestrucción en la que se hallaba inmerso.

Hasta que, claro, su madre entró en escena. Y como la abogada cojonuda que era, el puto pitbull jurídico que llevaba entrenándose para ser toda la vida, Sherezade se había enganchado al único eslabón débil de la cadena, colgándose de él hasta el punto de romperlo y tirarlo todo por los aires. Cualquiera diría que tirando de un minúsculo hilo puedes tirar hasta deshacer una alfombra milenaria y tremendamente intrincada, pero Sher era la típica persona que encontraba ese hilo y a los pocos segundos convertía un diseño que había pasado de generación en generación en un montón de nudos de colores tirados en el suelo.

Scott ya no tenía por qué marcharse. Su expediente seguía tan impoluto como había estado siempre, como si lo de la paliza nunca había pasado, el vídeo no existiera y no se hubiera encontrado a ningún culpable de los huesos rotos de los chicos que se habían quedado encerrados como por arte de magia en el gimnasio del instituto, y que igual de misteriosamente habían conseguido deshacerse de sus ataduras y escapar. El mundo volvía a acoger a Scott con los brazos abiertos, como había hecho siempre. Ya no era un apestado y estaba claro el camino que quería seguir.

Hasta que él, Tommy, Diana, Layla y Chad decidieron que sí, que iban a seguir adelante. Todo porque habían enviado el puto mensaje con su audición en el momento para que la secretaria, ayudante, o furcia personal, me daba igual, de uno de los mayores tiburones de la televisión abriera ese vídeo y se relamiera al escuchar sus voces.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora