Capítulo 73: Revolución.

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Unos días antes.

Cuando le dije a mi madre adónde iba, le costó Dios y ayuda no echarse a reír en mi cara. Le había extrañado que me bajara las escaleras de casa un par de horas antes de mi hora habitual para irme al gimnasio a boxear, de modo que no había podido aprovechar esa excusa para enfrentarme a sus preguntas de siempre.

-¿Adónde vas?-preguntó con extrañeza, el ceño fruncido mientras sobre su regazo descansaba una manzana a medio pelar. Puse los ojos en blanco, susurré un "mierda" por lo bajo sabiendo lo que venía, y me giré lo justo para mirarla sin pisar a Trufas, que había venido a hacer cabriolas frente a mí como si tuviera posibilidades de convencerlo para que me lo llevara.

Podría haberle dicho a mamá que había quedado con Sabrae, lo cual no era mentira... pero entonces me diría que me la trajera a casa para cenar, cosa con la que más valía que no contara. De modo que no me quedó más remedio que decirle la verdad en un profundo y largo suspiro.

-A una manifestación-expliqué, y mamá se quedó tiesa en el sitio. Incluso Trufas, que tenía por costumbre hacerse el tonto y el indulgente, se puso en pie sobre sus patitas y me miró con ojos como platos. Ahora que le apetecía venir conmigo: imagínate la cantidad de acción que hay en una manifestación en el centro de Londres, cuántos obstáculos a esquivar, cuánto terreno para correr. Si ya era un parque de atracciones para un conejo, para el demonio que mi hermana tenía por mascota sería el puñetero paraíso.

Tenía que asegurarme de cerrar la puerta antes de que el animal saliera de casa.

-¿De qué?

-Del Día de la Mujer-contesté, notando cómo se me encogía el estómago bajo su mirada escrutadora. Después de todo, mamá era una mujer, así que se suponía que su opinión respecto a ese día, y el feminismo en general, debía servir más que la mía por ese simple hecho. Yo iba para hacer bulto; Sabrae, a reivindicar. Que ella me hubiera invitado obedecía más a la inercia que sentíamos de acompañaros el uno al otro a los sitios que porque yo pintara algo allí.

Eso, o que Sabrae necesitaba unos hombros sobre los que subirse para amplificar su voz. De lo cual, oye, yo no me quejaría.

-¿Vas con Sabrae?-preguntó mamá, con ese tono de dulce sorpresa cada vez que me veía salir de casa a todo correr, porque eso sólo podía significar una cosa: iba a verla. Asentí despacio con la cabeza y mamá sonrió, satisfecha, recogiendo su manzana y volviendo a la tarea de desnudarla-. Ah, genial. Que os divirtáis. Sed prudentes-añadió, mirándome de reojo, porque se me notaba una pinta de camorrista increíble (nótese la ironía). Seguro que se pensaba que me iba a dedicar a arrancar adoquines del suelo y tirárselos a los antidisturbios.

Porque habría antidisturbios, ¿no?

No podía dejar de pensar en lo pez que estaba en el asunto mientras prácticamente trotaba al lugar en el que había quedado con ella. Normalmente iría a buscarla, pero después de que me contara el recorrido que tenía que hacer, de gira por el barrio para ir recogiendo a sus amigas, habíamos terminado decidiendo que la esperaría cerca de la parada del autobús que nos llevaría al centro.

Bueno, vale, había sido ella la que había sugerido que la esperara, porque cuando me dijo que tenía que pasarse por casa de sus amigas, yo ya me estaba enfundando los vaqueros a toda velocidad. Como no la había visto por la mañana (había participado en la organización de los actos feministas de ese día en el instituto), estaba más ansioso que nunca por encontrarme con ella. Sentía el vacío que la marcha de Scott había dejado en su pecho enfriar cada vez más y más su alma, así que me había pasado los dos últimos días dejándome caer por su casa para animarla un poco, calentándola a base de abrazos, polvos, o mi mera presencia. Ayer mismo, a Sabrae le había dado por quedarnos acurrucados en el sofá del salón de su casa viendo la televisión, lo cual no me parecía nada preocupante salvo por un minúsculo detalle: ninguno de los dos hizo amago de encender la televisión, así que se quedó mirando la pantalla apagada con gesto concentrado, como si estuviera viendo una película interesantísima, mientras yo le acariciaba la espalda.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora