Capítulo 27: Pandora.

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Su risa llenó la habitación.

-Hay tantas versiones de la historia de ese tío como gente ha pasado por su vida, ¿seguro que quieres conocer la mía?-preguntó, reclinándose en la cama y haciéndome hueco para que yo me tumbara a su lado, usando su brazo de almohada. Me metí en el espacio que había entre el colchón y su costado y asentí con la cabeza, dejando que me abrazara.

-Si algo me ha enseñado este tiempo separados y más el que hemos pasado junto, es a valorar más la tuya de entre todas las versiones de la verdad que haya.

Alec carraspeó, una sonrisa bailando en sus labios, tragó saliva y entrecerró los ojos tras pasarse una mano por el pelo.

-Ni siquiera sé por dónde empezar.

-Lo normal es hacerlo por el principio, pero me da que precisamente por eso no vas a ir por ahí.

-¿Qué insinúas, Sabrae?-preguntó, fingiendo una mueca de perspicacia que me arrancó una risa floja. Me hundí un poco más en la cama y lo miré desde abajo, como si fuera un cocodrilo que se asoma lo justo y necesario por la superficie del agua para otear la laguna en la que vive y que le hace las veces de bufet libre. Quería comérmelo, lo admito. Después de la charla inspiradora y de apreciación de mi cuerpo, con todos sus defectos, que me había dado en el espejo, lo que más me apetecía era pegarme tanto a él que fuera imposible distinguirnos. Quería que nos confundiéramos hasta el punto de que nuestras moléculas se mezclaran y ni la energía de una estrella nos pudiera separar.

Puede que hubiera dicho demasiado pronto que no quería hacer nada, a juzgar por lo rápido que habían cambiado mis deseos, pero lo cierto es que, aun con mi apetito sexual despierto, me encontraba genial. Estaba desnuda, compartiendo cama con un chico increíble, un chico que me quería como yo le quería a él y que estaba dispuesto a abrirse para mí como una flor de loto con la llegada de la primavera. No se me ocurría un gesto más cargado de amor que aquel, especialmente porque sabía que, dentro de aquella flor de loto, se escondían unas abejas que no habían hecho más que herir sus pétalos con sus aguijones.

-Bueno, para empezar, porque no quiero que te lleves una idea equivocada de mí... debo decir que no mordí a nadie en mi último campeonato-levantó un dedo índice como deteniendo un coche invisible que se dirigía hacia nosotros, y yo parpadeé.

-¿Y qué hay de la patada de la que ha hablado mi hermano?

-Mñé, eso puede que fuera verdad. Aunque, ¡no fue premeditado! A veces me dan calambres, y en aquella época me pasaba mucho tiempo encima del ring, así que las posibilidades de que me sucediera boxeando eran altísimas. De hecho, con la tensión del momento, lo raro es que sólo me dieran en aquella ocasión-volví a reírme, lo cual, sospechaba, era su principal objetivo, y esperé a que siguiera, con mis pestañas haciéndole cosquillas en la piel-. El caso es que, y perdona que sea pesado, me sorprende mucho que no hayamos hablado de esto ni una sola vez. Me encantaba boxear; aún me encanta, de hecho. Todas las mierdas que dicen de los deportes de riesgo acerca de que son terapéuticos, te relajan y te meten en un trance, es cierto. Cuando tengo los guantes puestos, me convierto en otra persona. Nada puede hacerme daño, ni nada me desconcentra, cuando estoy dándole al saco. Y eso que yo tengo muchas cosas aquí dentro-se tocó la sien con dos dedos- revoloteando como polillas en una noche de verano. Supongo que por eso llegué hasta donde llegué.

-¿Y dónde fue eso, exactamente?

-A los campeonatos nacionales-se rascó el codo con la mirada perdida-. A la final, para ser más exactos. Me lo curré mucho, ¿sabes? Podría haberlo logrado. Podría haberme retirado campeón, pero...-se encogió de hombros-. Supongo que hay cosas a las que no puedes llegar, por mucho que te esfuerces. Por muchos techos de cristal que rompas, siempre terminas alcanzando uno que es demasiado grueso para ti, o tú estás demasiado cansado de combatir con los demás, así que...

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora