Capítulo 25: Las formas del arte.

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Al principio del todo, no sabía ni qué hora era, ni por qué me despertaba, ni dónde estaba ni por qué me dolía tan poco el corazón. La pelea con Sabrae me había robado incluso la dulce tranquilidad del despertar, esos dos segundos antes de que el sueño te abandonara definitivamente bajo la luz ardiente de tus problemas, así que cuando el cambio en mi conciencia no dio paso al pinchazo en mi corazón, una parte de mí se desperezó a más velocidad que las demás.

Y entonces, sentí su cuerpo a mi lado y lo comprendí. Como de costumbre, con mi reloj interno sincronizado con el horizonte, me había despertado en el instante en que el cielo se teñía de los tonos naranjas, sonrosados y dorados que tanto me gustaban y que el ser humano no había sabido capturar aún, ni con pincel ni con cámara. Pero esta vez, el espectáculo que exhibía el cielo no era nada comparado con la hermosura de la criatura que respiraba plácidamente a mi lado.

La contemplé desnuda, con las facciones relajadas en una mueca de absoluta felicidad, la boca ligeramente curvada en una sonrisa, los ojos cerrados, con unas pestañas que bailaban al son de una música que tocaba su subconsciente. Tenía una mano debajo de la almohada, y la otra, rodeándome la cintura, asegurándose de que no me alejaba de ella. Incluso en la penumbra, la visión de Sabrae durmiendo a mi lado como un bebé, tal y como la habían traído al mundo y con la misma cantidad de preocupaciones (es decir, ninguna) era la obra maestra por excelencia, la definición de arte en todas sus formas: escultura, pintura, danza, arquitectura, música, interpretación y literatura.

Escultura, por las líneas que cincelaban su rostro.

Pintura, por el baile de colores en su piel.

Danza, por las sábanas subiendo y bajando al ritmo de su respiración.

Arquitectura, por su mente como un templo, como un museo, como un palacio, como una catedral, dibujando historias en su interior.

Música, por su respiración tranquila y profunda.

Interpretación, por dar vida a una diosa que se encerraba en un cuerpo humano, un ser único en su especie.

Y literatura, porque ni la magia de las palabras se acercaba a definirla y capturarla tal y como era, aunque lo intentaban, vaya si lo hacían.

Movido por la hipnosis del marinero que se acerca a la costa afilada incluso cuando sabe que su barco no lo resistirá sólo porque quiere probar los labios de la sirena que lo arrastrará con toda certeza a las profundidades, le aparté un mechón de pelo de la cara, y Sabrae se revolvió en sueños. Se acercó instintivamente más a mí, hundiendo su nariz en mi pecho y dejando escapar un suspiro de satisfacción que sirvió para coser los jirones de mi alma.

Me estremecí, y sus pies se movieron bajo las sábanas, acariciándome también las piernas. Mi diosa de chocolate, el azúcar de mi pastelería.

¿Quién, si no, iba a conseguir lo que yo creía imposible? Hacía solo unas horas le había desvelado los secretos más oscuros de mi existencia: le había permitido echar un vistazo a mi pasado de negro, y ella se había zambullido en él sin temor a que el petróleo la alcanzara, le manchara sus alas y le impidiera volar. Creí que la oscuridad la tragaría como me había tragado a mí cuando me di cuenta de dónde venían las retorcidas ideas que había tenido durante la discusión, pero Sabrae supo ser valiente donde yo no lo era, y arrancarme la púa que se me hundía en la carne. Jamás había hablado de mi padre con nadie siendo tan mayor; la última vez que había mencionado a mi padre en una conversación había sido con mi madre, siendo yo muy pequeño, cuando Aaron anunció que quería irse de casa y ella me hizo saber, con lágrimas en los ojos, que entendería que yo no quisiera cortar la relación con la rama paterna de mi familia. Al fin y al cabo, los niños necesitan un padre y una madre y, bueno, por mucho que Dylan se esforzara, Aaron tenía muy claro que no era hijo suyo, y esas ideas podían rondarme a mí también por la cabeza.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora