Creí que me sonreiría y me haría olvidarme de las cámaras de vigilancia que había en puntos estratégicos del gimnasio para evitar robos o clientes que destrozaran las instalaciones para marcharse sin pagar más tarde, pero me equivoqué. Cuando le pasé un dedo por los hombros y Sabrae se estremeció, pensé de corazón que me miraría con esa mirada suya el tiempo suficiente como para que yo me derritiera y decidiera poseerla en el suelo. La cogería de la cintura, la pegaría a mí y empezaría a besarla con la urgencia del volcán que recuerda el ciclo de crecimiento de la isla en la que vive, un ciclo que ha incumplido durante varios años. Me arrodillaría y me la llevaría conmigo, y antes de que nos diéramos cuenta, yo estaría entre sus piernas, y le habría quitado absolutamente todo excepto sus guantes de boxeo.
Pero me equivocaba. No íbamos a darles un espectáculo a las cámaras. Porque, en cuanto Taïssa se marchó del gimnasio y yo le hube dado un par de besos con los que satisfacer su sed, Sabrae se separó de mí y se encaminó a las ventanas. Apoyó la frente en el cristal de la más grande y me dejó observar cómo el calor de su cuerpo dibujaba con vaho su silueta difuminada.
No necesitaba ponerme a su lado para saber qué estaba haciendo: vigilaba que nadie fuera a hacerle daño a Taïssa, algo que no debería molestarme, pero lo hizo en lo más profundo de mi corazón. Viendo cómo esperaba, y esperaba, y esperaba, con la paciencia de un monje budista que hace de la anticipación un pecado, no pude evitar recordar cómo sus amigas la habían dejado tirada en Nochevieja.
Sabrae era buena amiga, y ellas, no. Pero no me tocaba pensar en eso ahora, o volvería a enfadarme con ellas... y enfadarse con las amigas de Sabrae significaba enfadarse con ella también. Y no podía permitírmelo. No sólo porque ya conocía el mundo sin ella, sino porque estaba tan metido en el mundo que ella me había creado que no podría encontrar la salida ni aunque la buscara con todas mis ganas.
Así que me volví, aparté de mi camino los guantes, y me dirigí a las bolas de un rincón. Ponerme los guantes en presencia de Sabrae quedaba totalmente descartado: me impedían sentirla como yo quería, y los segundos preciosos que iba a desperdiciar desanudando los guantes me parecían un precio muy caro a pagar por tenerla. Y necesitaba distraerme.
Y, ¿por qué no? También me apetecía que me viera trabajando, trabajando en condiciones, a plena potencia. Haciéndole de entrenador personal le había dado un aperitivo de lo que yo sabía, pero aún no me había visto currando de verdad sin distracciones, así que decidí esmerarme con la bola. Empecé a golpearla de forma muy rítmica ya desde el principio, y noté los ojos de Sabrae clavados en mí cuando la bola alcanzó su máxima velocidad y mis manos se convertían en un borrón frente a mi cara. Apoyó el hombro en el cristal, y ya no miraba a la calle, sino que me miraba a mí. Se mordió el labio mientras estudiaba mis músculos, que volvían a hincharse como un globo aerostático por el calor del ejercicio, y sólo cuando yo la miré de reojo y le dediqué una sonrisa que le hacía saber que la había cazado, salió de su ensimismamiento y volvió la vista de nuevo a la calle.
Supe que Taïssa se había marchado sana y salva (con sus padres o con el Papa de Roma, me daba igual) cuando la expresión de ligera preocupación del rostro de Sabrae desapareció. Clavó los ojos en mí de nuevo, y sus pupilas se dilataron ligeramente cuando se dio cuenta de que mi yo de ahora no tenía nada que envidiarle a mi yo de hacía unos minutos.
-¿Estás intentando distraerme?-pregunté bajo su escrutinio, y agarré la bola para evitar que me diera en la cara. Sabrae se dio un toquecito en la barbilla con un guante y contestó con una sonrisa:
-Podría decirte lo mismo. Creía que ibas a esperar a que lo retomáramos donde lo habíamos dejado.
-Lo estoy retomando donde lo habíamos dejado-me encogí de hombros, y me aparté el pelo de la cara-. Lo siguiente en mi entrenamiento eran quince minutos de punching ball.
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B o m b ó n (Sabrae II)
RomanceHay dos cosas con las que Sabrae no contaba y que le han dado la vuelta a su vida completamente: La primera, que Alec le pidiera salir. Y la segunda, que ella le dijera que no. Aunque ambos tienen clara una cosa: están enamorados el uno del otro. Y...