Capítulo 20: Hufflepuff.

132 10 5
                                    

En un mundo ideal, todo lo que sucediera a partir de mi perfecta reconciliación con Alec habría ido en armonía con el momento en que nos pedimos perdón y volvimos a encajar en el hueco que nos correspondía a cada uno. Mi vida empezaría a llenarse de amor de la misma forma que lo hace el escaparate de una pastelería a medida que van sacando las tartas y los bizcochos del horno: me despertaría dulcemente, puede que a la vez que Scott, y me lo comería a besos en cuanto recordara el momento que estaba viviendo y lo feliz que me hacía recibir un nuevo día cargado de sorpresas. Puede que Scott se echara a reír, feliz de verme feliz, o puede que se apartara de mí, un poco fastidiado por el pequeño espectáculo que estaba montando, pero había algo que no variaría: empezaría el día exteriorizando el amor que sentía colmando mi alma.

Claro que por mucho que yo tuviera a mi propio príncipe azul, que no llevaba armadura sino camisas, y que iba en moto en lugar de en un semental blanco que se me acercara relinchando para que le diera una zanahoria, no significaba que mi vida fuera un cuento de hadas.

Mi vida era caótica, pero había aprendido a amar ese caos, especialmente por la fuente de su origen.

Así que, cuando Shasha entró gritando en la habitación de Scott y se abalanzó sobre mí para luchar por compartir cama con nuestro hermano (la había traicionado como jamás debes traicionar a Shasha ni Duna: no avisándola de que dormiría con Scott), ni siquiera lamenté que mi suerte hubiera cambiado. No sentía que estuviera cambiando, sino que celebré el poder enzarzarme en una pelea a muerte por el inmenso honor que era acurrucarse al lado de Scott y disfrutar de su calor corporal. Nos insultamos, nos amenazamos, y finalmente nos enganchamos de los pelos y empezamos a darnos patadas, manotazos, puñetazos e incluso mordiscos, en un torneo contemporáneo por la mano de la princesa, que en este caso no era otra que la cama de Scott.

Incluso le hicimos tomar parte de nuestra bronca, y sólo nos detuvimos cuando Duna apareció en la habitación, con ganas de participar también en el festival de golpes que seguro que terminaríamos riéndonos, y metió la mano en la maraña de cuerpos. Así fue como terminó nuestra guerra sin cuartel, con un alto el fuego permanente y sin condiciones, todo con tal de no hacerle ni un rasguño a la pequeñita de la casa.

Me pasé la mañana por ahí con Scott: durante su horrible pelea con Tommy, que nada tenía que ver con la que habíamos tenido él, Shasha y yo, había perdido su piercing, y mi hermano sin su piercing en el labio no era Scott. Cuando entramos en la tienda en la que se lo había hecho, a la que había ido yo más tarde, un ligero nerviosismo se instaló en la parte baja de mi vientre: ¿y si Luke le revelaba que una de sus empleadas había perforado mi precioso cuerpo en un lugar nada inocente? No era lo mismo hacerse un pendiente secundario, como había hecho Eleanor como muestra de amor hacia mi hermano, que un agujerearse un pezón. Seguro que el concepto que Scott tenía de mí se veía alterado, y mucho, si descubría aquel secreto íntimo que sólo había compartido con mamá, mis amigas, y por supuesto, con Alec.

No es que Scott pensara que yo era una niñita inocente, casta y pura como una virgen bíblica, pero una cosa era saber que yo tenía relaciones y que disfrutaba con el sexo, y otra muy diferente darse cuenta de que su hermanita pequeña, su ojito derecho, la niña de sus ojos, ya no era tan niña, ni mucho menos tan pequeña. Psicológicamente, quiero decir. No es que la relación con Alec me hubiera hecho pegar el estirón.

Lo cual, por cierto, había descendido bastantes puestos en mi lista de deseos. Ahora ya no me importaba tanto ser una pequeña pulguita que no levantaba más de dos palmos del suelo. Tenía un chico más que dispuesto a suplir esa falta de estatura por mi parte, con el que la diferencia de altura llegaba a ser un aliciente en nuestra valoración de cuquicidad.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora