Capítulo 75: CTS squad.

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Lo único que me impidió saltar sobre él cuando salimos de la ducha, yo envuelta en una toalla como un canutillo de praliné, y él como Dios le había traído al mundo, cómodo con su desnudez como el dios que era fue el poco tiempo del que disponíamos para estar juntos, y a solas. Pronto llegarían mis amigas, con todo lo que ello implicaba: a pesar de que los amigos de Alec, mayores y por tanto más descontrolados por unas hormonas que en mí se iban elevando mientras que en ellos estaban en plena ebullición, serían más que capaces de esperar a que termináramos de hacerlo para reunirse con nosotros, sabía que mis amigas eran mil veces más impacientes. Y que, si seguía en la cama con él (o en el baño, como quería hacer ahora mismo) cuando llegaran, no dudarían en entrar en el cuarto donde estuviéramos y cortarnos el rollo... un poco como habían hecho Scott, Tommy y Jordan hacía unas semanas con nosotros.

Porque, vale, puede que Alec fuera el rey de los cien metros risos y, a la vez, el campeón indiscutido del maratón. Era increíble el control que tenía del tiempo, completamente absoluto, aprovechando al máximo hasta el último segundo: si quería, podía hacer que tuviera un orgasmo increíble en menos de un minuto. Y también si se lo proponía, era capaz de aguantar toda la noche follando. Era un auténtico dios, como se podía entrever de su aspecto físico. En cambio, yo... yo no era más que una mortal. Por mucho que se empeñara en hacerme creer que no, sabía de la naturaleza limitada de mi cuerpo, de mis medios. No sería capaz de darle lo que quería y tomar de él lo que me apetecía en el poco tiempo que teníamos juntos.

Por eso era terriblemente frustrante verlo, gloriosamente desnudo, frente a mí. Sus piernas largas y tonificadas, su espalda musculosa, en la que aún se intuían los arañazos que mis uñas habían dibujado en su espalda durante nuestro último polvo...

... y su culo. Dios mío. Menudo culo. Me apetecía salvar la distancia que nos separaba de dos largas zancadas y darle un bocado, literalmente. Postrarme ante él y ofrecerle mi cuerpo, en cada rincón: mis pechos, mi sexo, mis manos... mi boca.

Eso es precisamente lo que se me secó cuando Alec se giró con una sonrisa en los labios, plenamente consciente de que me lo estaba comiendo con los ojos, deseando que me ordenara que me pusiera de rodillas y me la metiera hasta el fondo en cualquier de mis agujeros. No me importaba cuál; así de desquiciada me tenía.

-¿Seguro que no quieres que intentemos batir un récord?-se burló, riéndose, girándose lo suficiente como para que la silueta de su miembro asomara entre sus piernas y toda la temperatura de mi cuerpo cayera varios grados, para poder concentrarse en el hueco húmedo y ardiente entre mis piernas. Recordé la deliciosa sensación de Alec llenándome mientras lo hacíamos, su tamaño abriéndose paso por entre mis pliegues... madre mía, había sido una auténtica boba por negarme a hacer nada con él. Le había tenido frente a mí, de rodillas, con la boca a unos centímetros de mi sexo, y yo había reunido toda la estupidez de mi cuerpo en la lengua al decirle que sería mejor que nos ducháramos y nada más. Nada de sexo.

Si entendemos el sexo por la estricta penetración o la satisfacción de mis apetitos (vamos, que me comiera el coño hasta hacer que me desmayara), claro. Porque si lo entendíamos en el sentido más amplio de la palabra (caricias, besos, magreos e incluso un poco de masturbación), mi petición se había quedado en papel mojado en cuanto nos metimos bajo el chorro de agua. Ni yo podía resistirme a las riadas que los ángulos de Alec provocaban en la ducha, ni Alec podía resistirse a los tsunamis que producían mis curvas. Todavía me sorprendía que hubiéramos sido capaces de contenernos a base de recordarnos constantemente que estaba con la regla y que sería mejor esperar.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora