II. Ojos que ven, corazón que siente.

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Sabía que eras un problema cuando caminaste hacia mí


Mis ojos se quedaron abiertos sin saber qué hacer.

Quería vomitar, bailar, brincar y saltar.

Venía hacia mí y ni siquiera me había arreglado hoy. No estaba maquillada, tenía ojeras espantosas por haber estudiado toda la noche, mi aliento apestaba a guasacaca y posiblemente tenia cachapas en mis axilas por los nervios.

Solté el pastelito dejándolo enfriar en la fría mesa y bajé mis manos a mis pantalones, limpiándolas rápidamente de cualquier rastro de grasa.

Caminaba tan seguro y ágil que parecía modelo de pasarela, hombros derechos, barbilla alzada, su pelo tan negro como el ébano, peinado de lado.

Lamí mis labios intentando calmar mis nervios ante su presencia.

No digas ninguna estupidez. No digas ninguna estupidez.

Era alto, muchísimo más alto de cerca, su barba espesa cubría cada pulgada de su mandíbula definida. Si sus ojos eran llamativos desde la lejanía, a medio metro de distancia eran absolutamente cautivadores. Mi boca se quedó seca ante su presencia.

— Santos —su voz era gruesa, lenta y...

Espera, ¿qué dijo?

Parpadeé recordando que Santos seguía sentado a mi lado y que el Dios griego no me miraba a mí. Lo miraba a él

¿Santos lo conocía?

—Antonio—saludó.

Antonio. El papá de mis hijos se llamaba Antonio

—El mono de mi abuela se llamaba así, pero le decíamos Toño. Era un araguato. Un día me mordió y me tuvieron que colocar una vacuna antitetánica. Irónicamente, el mono se murió de tétano tiempo después. Le hicimos un funeral, mi abuela estaba muy tris.... —me callé abruptamente al sentir dos pares de ojos posados en mí.

Oh Dios mío, lo dije en voz alta.

¡Lo dije en voz alta!

Sentí mis mejillas arder, ¡lo comparé con el mono de mi abuela!

¡Que me maten!

Santos soltó una risa baja

— ¿Ese fue el mono que te mordió un seno?

— ¿Un mono te mordió un seno? — su voz vibró dentro de mí al hablarme y para mi sorpresa sentí sus ojos bajar para mirar mi pecho.

¡El Dios Griego estaba analizando mis pechos!

De entre todas las posibles frases que se formaron en mi imaginación para nuestro primer encuentro, esa no era ni la decimoquinta opción. Si pensé alguna vez que nada podía compararse con la vergüenza que pasé el día que conocí a Santos, estaba completamente equivocada.

Mi cuento de hadas se había jodido en maneras monumentales

—Yo... estaba muy pequeña —susurré sin mirar a nadie en particular.

Ante sus ojos, ahora sería recordada para siempre como la chica con un seno mordido por un mono.

Vaya manera de ser recordada.

—Ahh —lo escuché decir antes de desviar su atención de mí. — ¿Tienes un encendedor que me prestes?

— No.

— ¿Y tú?

Alcé mi vista para asegurarme que estuviera dirigiéndose a mí. El Dios Griego estaba mirándome otra vez. Me volvió a hablar

Enloqueciendo con los Vilkartiz✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora