XIV. Y a la quinta, nos enamoramos

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"Es complicado verte
Verte, olerte y pasarte a un lado y querer detenerte"



Creí que no pudiese ser ni siquiera posible que mis ganas de dar una vuelta con Antonio se redujeran en un 60% al ver que él me esperaba en el estacionamiento apoyado de una moto.

La motocicleta era hermosa, era negra y grande y lucia como una de esas motos que salían en las películas sobre clubs de motos pero como no sabía absolutamente nada sobre estos vehículos, no sabría decir de cuál marca era.

Él levantó la vista de su celular con su ceño fruncido, a este niño de verdad le empezarían a salir arrugas de tanto que contraía sus cejas. Quizá le regalaría una de las cremas antiarrugas que usaba mi madre.

—¿Lista? —preguntó guardando el teléfono y relajando su expresión. Una chaqueta de jean ocultaba su camisa rosada

—¿Esa moto es tuya? —vacilé.

Amaba la idea de estar a solas con él pero ¿La idea de dar un paseo en moto en la noche? No tanto. Y si Tato no me ahorcaba al enterarse que salí con Antonio de seguro me ahorcaba al enterarse de que me monté con él en una moto.

— Es de Alonso, tuve que usarte como excusa para que me la prestara esta noche, él nunca se la presta a nadie.

Por supuesto, eso me hacía sentir súper híper mega recontra segura

—¿Ésta es la primera vez que la vas a manejar?

Antonio me dio el casco para después ponerse el de él

—La segunda, la primera vez fue cuando se la compró.

Mis ánimos habían disminuido al cero por ciento.

Suspiré intentado que él no notara mi miedo, yo solita me había metido en esto así que ahora tenía que ajustarle el cinturón a mis pantalones de niña grande.

—Entonces, Samantha —su voz pronunciando mi nombre solo hizo que mis ánimos aumentarán a un 50% en un parpadeo— permíteme ser el primero en darte un paseo en moto por la ciudad.

Y justo así, mis ánimos sobrepasaron el límite del 100. Porque diablos, yo quería que este hombre fuese mi primero en todo. Si él tan solo supiera cuantas cosas no había hecho por primera vez, estaríamos contando toda la noche.

Haberme puesto mi cinturón de niña grande funcionó porque estar en una moto junto a él significaba: Mis brazos abrazando su torso. Mis manos sintiendo sus abdominales. Mi cara recostada a su espalda. Mi olfato recibiendo su olor embriagador.

Estaba tan cerca de él como nunca antes había estado y eso solo logró que yo quisiera más y más y más. Ojala no tuviera el casco para poder tenerlo más cerca y ojalá él no tuviera una chaqueta para que mis manos pudieran sentirlo mejor.

Paseamos por la costa, recibiendo la brisa marina contra nuestros brazos y los vellos en mi piel descubierta por la camisa de tirantes se erizaron, el sabor a sal se asentó en mi lengua y escondí mi cara en su espalda disfrutando del momento.

Yo estaba rayando la línea de loca acosadora obsesionada.

Cuando no sentí más el sabor del mar alcé la vista solo para descubrir que dejamos la calle atrás y ahora estábamos en una subida, una solitaria subida. Estábamos subiendo el cerro El Morro, a un lado de la carretera estaba el conjunto rocoso que subía hasta el infinito y al otro lado podía ver el mar debajo de nosotros en su infinidad. Un tremendo acantilado nos separaba del mar y yo no le tenía miedo a las alturas pero el vértigo me absorbió, ¿A dónde me estaba llevando?

Enloqueciendo con los Vilkartiz✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora