XXXIII. A cada cochino le llega su Sábado

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A cada cochino le llega su Sábado


"He's long gone
When he's next to me
And I realize the blame is on me"


Los chicos tenían un mini torneo de fútbol, incluso se habían mandado a hacer una camisa grupal con el nombre de Los H grabado en ellas.

Cuando me enteré omití cualquier comentario, estaba intentando llevar las aguas calmadas después de la pregunta sobre los niños, aunque anoche tuvimos un momento íntimo, él no quiso tener sexo y ahora, estábamos en medio de un silencio incómodo que no me agradaba para nada y tampoco era como si hubiésemos hablado mucho el día de hoy.

¿Por qué se me había ocurrido la brillante idea de preguntarle si quería tener hijos?

De verdad Samantha, que si existiera un Premio Nobel a la inteligencia tú te lo llevarías sin lugar a dudas.

¿Había dicho que Antonio hubiese dormido en el sofá si yo no lo hubiese buscado? ¡En el sofá!

—Oye Antonio —pregunté casualmente haciéndome escuchar por encima del radio de su auto— ¿Cómo es tu familia?

Quizá si le preguntaba por su familia, eso minimizara el daño de haberle preguntado por los hijos.

—¿A qué te refieres? —preguntó sin mirarme.

—No lo sé, yo te hablé de la mía. ¿Qué tal son tus padres? ¿Tus tíos? ¿Tienes primos, sobrinos?

Su cuerpo se puso rígido y sentí que estaba nadando en agua llena de tiburones

—No tengo.

Mi ceño se frunció. —¿No tienes qué?

—Ni tíos, ni primos, ni sobrinos

—¿Y tus padres? —presioné

Las manos de Antonio se apretaron en el volante y su conocido ceño apareció

—Tampoco tengo.

Mi atención se posó por completo en sus rasgos, en lo sombrío de su expresión. No sabía que era huérfano, y ese hecho... lo cambiaba todo. Quise abrazarlo, quise hacer que detuviera el coche y besarlo.

Alcé mi mano para alcanzar su brazo que estaba tenso, como todo en él.

—Lo siento mucho.

Sacudió su cabeza y bufó

—No lo hagas, es mejor así.

Con cada palabra lo entendía menos. ¿Cómo era mejor estar sin tus padres? Me quedé en silencio esperando a que profundizara en sus palabras, pero no lo hizo.

—Sé que no es lo mismo —murmuré— pero me tienes a mí. Aquí estoy, para ti.

Antonio parpadeó con sorpresa, su ceño se deshizo, suavizando sus facciones, me miró como si se preguntase si yo hablaba en serio, no dijo nada, pero como respuesta soltó una mano del volante y tomó la mía entre la suya para recostarlas en su muslo.

No seguí presionando por respuestas porque era sabido que los hombres tenían una capacidad limitada de preguntas por día y para el caso, su capacidad era de dos preguntas cada cuatro horas. Yo sabía, gracias a los chicos Vilkartiz, que los hombres odiaban a muerte las preguntas. Además, no importaba cuantas preguntas tú les hicieras, ellos solo responderían una.

Julián estaba apoyado de su auto y apagó el cigarro que estaba fumando cuando nos bajamos del auto. También vestía una camisa verde manzana con el nombre Team H. Estos hombres tenían tanta originalidad que estaba impresionada.

Enloqueciendo con los Vilkartiz✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora