XXVIII. El apuro trae cansancio

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El apuro trae cansancio


"Con ese cuerpazo, dame el privilegio

de viajar hasta el espacio"


Yo era una de esas personas que hablaban antes de pensar y eso había quedado clarísimo cuando hace unos momentos había dicho "Oye corazón de melocotón arranca el corcel y huyamos de mi carcelero". Porque justo ahora me estaba cayendo el veinte de que me había ido con Antonio y de que no podría regresar a mi casa por lo que restaba de la noche.

Si volvía, y sin los chicos en casa, estaba segura de que Marcos me degollaría viva y de que Santos no movería ni un dedo en mi defensa. Él valoraba su amistad con Marcos más que mi integridad.

Así que ahora estaba, un domingo por la noche, en el apartamento de Antonio De Rossi. Con Antonio de Rossi.

Yo estaba en el apartamento de Antonio, en la noche. Sola con S de susto.

Si Samantha, sigue repitiéndotelo.

Antonio entró y en un gesto simple se quitó sus zapatos deportivos, quedándose descalzo y ese gesto increíblemente mundano de pronto me encendió. Caminó por su casa hasta el ventanal y mis ojos solo estaban fijos en sus pies descalzos, como si, el hecho de desnudar sus pies, lo desnudara a todo el.

Me quité los míos también, imitándolo. Pude sentir su mirada atenta en mis gestos, en mis pies, y en silencio, nos quedamos observando los pies descalzos del otro.

¿Podían los pies ser una ventana al alma? Porque justo ahora para mí, observar nuestros pies desnudos era un gesto súper íntimo.

Subí mi vista por todo su cuerpo, en la oscuridad que todavía nos envolvía porque nadie había encendido las luces, seguí el ritmo de su respiración en su pecho, me encontré con sus labios rosados, con su nariz fina y luego, con la más dulce de las tormentas.

—¿Quieres ver una película? —preguntó cuándo nuestros ojos se encontraron.

Me mordí el labio. Por increíble que pareciese no me sentía incómoda, ni nerviosa o preocupada. No me sentía fuera de lugar estado aquí a su lado.

Me sentía en confianza, porque aunque habían muchas cosas que no sabía de su vida, que existía un aura de misterio a su alrededor, aunque todos me gritaban que no debía confiar con él, lo hacía, confiaba en Antonio. 

—Una vez me dijiste que podías enseñarme muchas cosas, Antonio.

El mundo podía acabarse mañana, Marcos podía arruinar todo mañana, Antonio podía tener una hija por ahí con una chica que rompió su corazón. Podían suceder mil cosas mañana pero en éste momento. En este segundo solo estábamos él y yo. Y nadie, ni nada podía robarnos este instante

—Lo hice.

Tragué saliva y sin apartar mis ojos de los suyos, tomé el borde de mi camisa y me la quité.

—Enséñame.

Su expresión siguió completamente indescriptible, sus ojos no bajaron a mi sostén ni a mi abdomen, sus ojos seguían fijos en los míos.

—Enséñame —repetí, desabroché mi pantalón— Enséñame—volví a decir antes de inclinarme para bajármelo.

Era la primera vez en mis dieciocho años de vida que me quedaba en ropa interior frente un hombre. Era la primera vez, que hacia algo tan descarado como esto pero no se sentía incorrecto, no se sentía mal.

Enloqueciendo con los Vilkartiz✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora