LVIII. Los pescadores ganan cuando el río se ruelve

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Los pescadores ganan cuando el río se ruelve


"Algo dice vete y yo digo átate"



No me correspondió.

Puso sus manos en mi cadera y suavemente intentó apartarme de él, sus labios sin moverse sobre los míos, sin dejarme acceso a él.

No lo iba a dejar

Envolví mis brazos en su cuello y estampé mis labios con más seguridad, mordisqueé su labio inferior, Santos se quedó tieso, tardó unos segundos más en responder pero cuando lo hizo, fue como si mi mundo explotara en colores y canciones. Sin esperar más, sus brazos me atrajeron hasta su pecho y su boca buscó la mía con una intensidad arrebatadora. Sus labios me buscaron, me devoraron, me refugiaron y él, Santos, era todo lo que necesitaba.

Era él. Era él.

—Te debía un beso y una Vílchez siempre paga sus deudas —susurré sobre sus labios— Los raviolis estaban exquisitos

En respuesta, él volvió a besarme.

Esto era la felicidad. Sus brazos fuertes me cargaron y mis piernas se enredaron en su cintura, él atravesó el pasillo sin despegar sus labios de los míos con la misma pasión que antes, mi piel estaba erizada, mi corazón latía a diez mil por hora y en mi vientre un fuego inapagable se extendía. Enredé mis dedos en su cabello suave mientras él seguía caminando, abrió una puerta y luego, con delicadeza y sin dejar de besarme me bajó despacito en su cama quedándose sobre mí

El aire nos pedía a gritos que nos separáramos y lo hicimos por un instante para mirarnos. Sus ojos eran tan azules. Tan hermosos. Él era hermoso.

—Repítelo —susurró.

—¿Qué?

—Que me quieres

Sonreí y acaricié su cabello

—Te quiero, Santos Sankartiz. Te quiero.

Sus ojos se encendieron y la sonrisa más bonita del mundo creció en sus labios.

—¿Lo dices en serio?

Asentí

—Totalmente.

—Pero...

—Discúlpame por no darme cuenta antes. ¿Me perdonas?

—Pioja, a ti te perdonaría lo que sea

Ay mi santitos

Sonreí inmenso cuando me llamó por mi apodo de nuevo

—¿No me llamaras más por mi nombre?

Sus labios se volvieron a acercar a mi boca y susurró

—Solo si te portas bien conmigo.

—Prométemelo

Santos soltó una suave risa que hizo que mi cuerpo temblara

—Eso es lo más absurdo que me han pedido en mi vida.

—Yo... No quiero que estés molesto conmigo ni que te vayas de la casa. Por favor, no te vayas de la casa

Santos soltó un suspiro y quiso levantarse pero no lo dejé. Apreté mis piernas en su cintura logrando que volviera a caer sobre mí y nuestras partes íntimas se rozaron. Vaya que se rozaron

Enloqueciendo con los Vilkartiz✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora