Capítulo 42: Kusagakure

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Llevaba una mochila equivalente al peso de una persona promedio y sin embargo, no se encontraba ningún rastro de sudor o cansancio por su rostro, era de tarde y el naranja cubría su cuerpo. Cruzó por el puente Kannabi, para llegar a Kusagakure, el cual fue el lugar donde nació.

A Karin solo le tomó unos cuantos dias en llegar, recordaba que hace tres años, le pareció una eternidad, pero ahora, fue como si fuera a dar un paseo por la villa, exceptuando los momentos en que tenía que cazar, no había mucha diferencia de una misión normal.

Excepto que esta vez, no iba a regresar, esa es una promesa que iba a cumplir de todos modos, tenía la intención de mantener la cordura y en ese lugar no lo iba a lograr.

Camino por la carretera pavimentada, estaba casí desolado, había ciertos animales que captó en su lado izquierdo, pero ninguno peligroso. Si no fuera porque está caminando en una carretera, pensaría que ningún humano vive aquí. Era lógico, este era la frontera y es el principal lugar que sería atacado en caso de invasión, tenía que caminar un poco más para encontrar su casa.

Caminó más lento a medida que observó dos casas juntas, pasó de largo la primera y se detuvo en la siguiente. Estaba muy descuidada, al caminar por una pequeña escalera, faltó poco para que los escalones no se rompieran, se puso de pie en el piso de madera, cubierta al frente por rejas que llegaban a su cintura, frente a la puerta.

No tenía ninguna llave y ya se cercioro de que no hubiera nadie dentro, sostuvo la perilla con sus manos, jaló la puerta, no cedió.

Claro, estaba cerrado, pero ella estaba segura que su madre le enseñó un truco. Derecha, izquierda, derecha, ¡jalas!

Ella retrocedió varios pasos, la puerta se había roto.

—Ah... —suspiró Karin.

Se giró a la derecha, para ver a la casa, había unas ventanas, donde una figura cerró las cortinas.

No le interesaba mucho quien se encontrara ahí, así que prosiguió, dejó la puerta a un lado e ingresó. Había retratos llenos de polvo en las paredes, una donde sus padres y ella tomaban una foto familiar, de esas comunes, una chimenea con carbón quemado dentro. La sala, la cocina, el piso de arriba, el cuarto de su madre, su propio cuarto, el sótano, todo estaba hecho un desastre.

«Esto es una nueva vida, lo arreglaré por mi cuenta», pensó Karin.

Se fue a la cocina, donde estaba un lavadero, tenía que lavarse y luego a trabajar, abrió el caño pero se rompió en un instante, el agua salió con mucha presión hacia su rostro y casaca, intentó taparlo con su mano derecha, pero todavía fluía.

Una pequeña vena sobresalía en su frente, agarró el tubo de la cañería y lo dobló de tal forma, que para el agua era imposible de salir, ahora, tampoco puede sacar el gua a voluntad.

Su ropa estaba mojada por todos lados y su mochila también, de inmediato fue a la sala, se quitó la casaca, solo un único polo la cubría, aunque este seguía húmedo, dejó la casaca en uno de los muebles de la sala, que fueron limpiados vagamente por sus manos.

Abrió su mochila e intentó salvar lo que quedaba de ropa, también, esperaba que el futón estuviera a salvo.

Era genial, todo estaba mojado. Todo estaba muy bien, palmeó su cabeza dos veces con sus palma, después de repetir la acción de los polos con sus frazadas, descubrió una única manta, que estaba a medias mojada, a este paso, podría secarse por la noche.

Así, se pasó toda la tarde intentando secar el futón y lo hizo más o menos.

«Magnifico», pensó Karin.

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