Lágrimas amarillas.

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Otoño cada día se volvía un poco más frió, nadie podía salir sin un buen abrigo que lograra que sus cuerpos se mantuvieran caliente

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Otoño cada día se volvía un poco más frió, nadie podía salir sin un buen abrigo que lograra que sus cuerpos se mantuvieran caliente. La única que no seguía era Sana, quién solamente iba caminando con un pequeño abrigo con unos tenis que no lograban calentar para nada sus pies. Iba saliendo del trabajo, eran las 2 de la mañana, consiguió un nuevo trabajo parcial en dónde saldría más tarde de lo normal, mañana tendría escuela pero necesitaba el dinero por es razón no se podía dar el lujo de descansar como algunos de sus compañeros. 

En una noche obscura sin gente a su al rededor, claro que lograba darle miedo cada paso que daba y más cuando todo se mantenía en completo silencio. Los ladridos de los perros le causaban un poco de escalofríos, lo único que deseaba era llegar a casa con bien. Miraba a todos lados y de reojo a sus espaldas, porque desde que salió sentía la sensación de que estuvieran siguiéndola.

Llegó a casa sana y salva, su madre dormía y le dejó un platillo de comida sobre la mesa para que cenara, pero su apetito se fue desde hace días. Prefería guardarlo para la mañana, porque ya no tenía dinero para poder comprar algo por la tarde, su estomagó podía esperar un poco más y mañana seguramente lo disfrutaría más. 

—Llevas días durmiendo con el estomagó vació—Esa era la voz de su madre. 

Sana volteó detrás suyo en dónde estaba su madre recostada en la puerta soñolienta.

—No tengo hambre y también debo mantener mi figura para la obra—Mintió la japonesa. 

Su madre se cruzó de hombros pegada a la puerta. 

—Un día de estos colapsaras—Frunció el ceño su madre—Deberías renunciar a uno de tus trabajos parciales o un día colapsaras. Con lo poco que tenemos estamos bien, no necesitas explotarte más, no me gusta verlo. 

—¿Crees que me gusta vivir de esta manera? Tenemos un montón de deudas, necesitas tus medicinas y tenemos que pagar las demás cuentas—Gritó alterada la japonesa—¿Crees que no estoy cansada de esta vida de mierda? Claro que lo estoy... 

No quiso continuar discutiendo, era muy noche y sus ojos se estaban cerrando poco a poco, se tiro en su cama apenas llegó a su habitación, cada vez odiaba más su día a día con tanto estrés por la escuela más que por el trabajo, por más que trabajara por horas el resultado era el mismo, el dinero no era suficiente.

A la mañana siguiente contrabajo se levanto para ir a la escuela, sus manos dolían y su cabeza daba vueltas, miró su reloj y eran las 7 de la mañana aún, su primera clase era a las 8 de una materia en la que ya tenía más que 10 por esa razón no se preocupaba tanto en ir, la única razón por la quería a clase es que pronto sería la obra que marcaba el inició de vacaciones. Antes de salir de su habitación tomo un baño rápido, se vistió y fue en busca de su bicicleta para ir a la escuela. 

Todo era silenció en el caminó, concentraba su mirada en su caminó y llegó más rápido de lo que esperaba. No había rastro de alguna persona en la entrada, la cafetería estaba vacía, los gritos del maestro de gimnasia se escuchaban a través del airé. Encadeno su bicicleta y caminó hasta el teatro en dónde su profesor la esperaba un poco molesto por faltar el día de ayer sin aviso alguno, sabía lo que le esperaba por lo que no diría ni contradiría sus palabras. Al llegar solo una persona estaba sentada casi adelante del escenario, era una chica que jugaba con sus pies moviendolos de adelante hacía atrás.

Yellow (SaiDa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora