Capítulo 21

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Athos que estaba acostado boca abajo a los pies del sillón sobre la roída alfombra, de vez en cuanto levantaba sus orejas y las hacía rotar tal cual lo haría un radar en busca de alguna señal. Y cuando tenía la plena seguridad de que todo estaba en orden, volvía a apoyar su hermosa cara entre sus patas, y con un bufido retornaba a su sueño.

Mauricio había apagado el horno y había vuelto a la sala en donde acomodó a Marina en su regazo, para abrazarla, para consolarla, hasta estar lo suficientemente seguro de que nada de esa carga que había llevado tanto tiempo, ya no le pesara tanto. Y estaba dispuesto a lograrlo.

¿Por ella? Dios santo, por ella haría lo que fuera.

Marina se recostó contra su pecho y se dejó abrazar por su calor. No creyó haberse sentido tan segura y tan protegida en su vida. Cuando el dolor y cuando esa vieja herida en su corazón que creyó curada, dejó de doler gracias a Mauricio, lo miró a los ojos y apenas le sonrió. Acarició su rostro con su mano y Mauricio cerró sus ojos consumiéndose por su ternura, sacudiendo cada fibra de su ser. Su estremecimiento hizo que abriera nuevamente sus ojos y cuando lo hizo se encontró con esa mirada verde, tan profunda y cristalina que temió ahogarse en ellos.

Fue un momento emotivo, enternecedor, en donde pudieron sentir, no solo la clase de sentimientos que despertaban sus cuerpos a la hora de tocarse. 

Marina volvió a recostarse en su pecho y Mauricio respondió a la necesidad que tenía de sentirla, de protegerla, de reparar en el hecho de que ya nada sería lo misma sin ella a su lado.

Y pensar en eso lo aterró. Él también había estado solo demasiado tiempo. Si bien, a diferencia de Marina, él había tenido a su familia, muchas veces no le encontraba el verdadero sentido a su vida. Pero ahora, que ese sentido había atravesado su alma, arrasando con cuánta resistencia había erigido en torno a él, el miedo también lo había atravesado, miedo a perder lo más maravilloso que le había ocurrido en su vida. Y la tenía entre sus brazos.

–Gracias– Tan solo susurró mientras tomaba la mano de Mauricio para juntarla palma con palma con la suya.

Los dos se quedaron embelesados mirando como sus manos se acariciaban, como tocaban con las yemas de los dedos la piel del otro, llevando las más hermosas sensaciones. Entrelazaban sus dedos, sus manos hablaban y tal vez decían mucho más que las propias palabras. Se podía sentir en el aire, en cada latido de sus corazones, cada segundo más magnetizados uno por el otro.

Marina lo abrazó con fuerza, se aferró a él y con ese abrazo solo trató de transmitirle lo que comenzaba a sentir.

Mauricio inspiró aire profundamente, pero casi en forma imperceptible comenzó a largar el aire de sus pulmones, como si de esa forma no correría peligro de romper ese momento mágico entre los dos.

–Podría acostumbrarme a todo esto. Es muy fácil sentirse bien a tu lado–Confesó Marina como si lo dijera para ella misma.

– ¡Marina! –Pronunció su nombre en un susurro– No sabes cuánto deseo que lo hagas. No sabes cuánto.

–Cuando te ahogue pidiéndote que me abraces todo el tiempo, que me beses, que me hagas el amor como hoy lo hiciste en la lancha...–y sus miradas se encontraron proyectando cada una de las imágenes de ellos dos fundidos por el deseo en el medio del rio–Cuando te sofoque con mis caricias y mis besos... tal vez cambies de idea.

–No sé cómo pueda llegar a cansarme de todo eso–Y la voz ronca y sensual de Mauricio estremeció a Marina por completo.

–Tal vez algún día lo hagas–Respondió coqueteando con él.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora