Capítulo 17

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Marina estacionó a pocos metros del estudio de Mauricio. Bajó dándose ánimo, diciéndose que era una cita más. Trataba de engañarse pretendiendo normalidad. Había pactado con ella misma, mientras conducía el auto de Mauricio, que no haría caso a su corazón alocado, y el motivo de querer ignorarlo era uno solo. Miedo. Porque si este sueño terminaba, si esto tan hermoso se desvanecía, esa era la única forma de protegerse.

Pero aun así, era muy desconcertante lo que le estaba sucediendo, porque a pesar de haber pasado toda la noche con él, no podía dejar de temblar como si fuera su primera vez. Tenía esa maravillosa sensación de ese primer novio de la adolescencia, esa primera cita en la que los sentimientos, esos tan íntimos y genuinos, afloraban haciéndola vibrar.

Pero trató de contenerse, había pactado también con el cielo y con el infierno para contener lo que sentía. Y ahí estaba, se encontraba parada en la puerta del estudio más decidida y dispuesta que nunca a afrontar eso que le daba tanto miedo.

Después de tocar el timbre anunciándose, hubo un momento de reserva en el cual se preguntaba si exponer tan abiertamente lo que sentía sería lo correcto y le pareció que dar cada paso a la vez sería lo apropiado. Sin embargo, cuando por fin esa puerta se abrió y Mauricio apareció ante sus ojos, todo eso que le había dado miedo y la había hecho dudar... desapareció. Y supo en ese instante que no le importaba si ir al cielo o al infierno haría la diferencia, mientras estuviera con él.

Su vida parecía haber cobrado sentido. Cada una de esas cosas a las que nunca les había dado mínima importancia, de pronto fueron las de mayor valor, arrastrando con cualquier incertidumbre que pudiera sentir.

Mauricio buscó sus ojos incapaz de contener su inseguridad, porque a pesar de que siempre había gozado de una fuerte confianza en sí mismo, frente a Marina se convertía en el hombre más débil del planeta. Pero esa vulnerabilidad no le molestaba, no con Marina.

Se acercó a ella sin apartar sus ojos de los suyos y casi en forma involuntaria soltó una sonrisa lánguida, abatida, el término exacto sería, rendida.

A pesar de que en una de sus manos llevaba, lo que Marina pudo adivinar que era un maletín con cámaras fotográficas, no fue un impedimento para que la tomara por su cintura y la atrajera hacia él.

Marina apoyó sus manos en el pecho de Mauricio sintiendo en las yemas de sus dedos los latidos de su corazón, entonces levantando su rostro al suyo lo miró.

–Hola–Dijo con suavidad y hundió su rostro en su pecho aspirando ese perfume masculino con el que había soñado todo el día.

Se escuchó el ruido que hizo el maletín al caer al suelo y luego Marina sintió los brazos de Mauricio que la rodeaban con fuerza, pretendiendo fundir sus cuerpos en uno solo. Y por el mismo cielo que lo logró, porque la sensación fue maravillosa.

El hundió su rostro en sus cabellos y suspiró, besándolos una y otra vez.

– ¡Ahh Marina!–Respondió en un susurro, apretándola más contra él, como si hubiera estado todo el día conteniendo la respiración y por fin podía liberarla.

–No voy a mentirte, y no voy a mentirme, pero tengo miedo y estoy hecha un desastre.

Mauricio tomó su rostro entre sus manos y la besó con dulzura.

– ¿Te serviría saber que me siento igual?–Confesó dándole besos cortos por todo su rostro– Pero me alegro que no me mientas. Quiero saber todo de vos. Quiero saber que pensas, que sentís, que te gusta y que no. Quiero descubrir porque me haces sentir así... quiero...

Pero no pudo seguir y mucho menos pensar en qué más quería de Marina, porque en realidad lo quería todo.

Buscó su boca sin pensar en nada más que en saciar su sed, y Marina representaba un fresco manantial el cual podría bebérselo todo. El beso se hizo cada vez más intenso y profundo, hasta el punto de perder la noción del lugar, estaban parados en medio de la vereda, en la puerta de su estudio con la gente que pasaba a su lado mirándolos con disimulada discreción.

Nada más poderoso que lo que sentían en ese momento, porque la necesidad de sus cuerpos era el menor de sus problemas, lo que presentaba un verdadero desafío era esa atracción, esa fuerza que los arrastraba a descubrir sentimientos tan hermosos como aterradores, porque por más que quisieran disimularlo, sabían que esto no lo podían comparar con nada, después de ellos no había nada. Y eso era mucho más aterrador de lo que se pudieran imaginar.

Mauricio se separó unos centímetros de ella pero sin soltarla, le acarició su rostro con su mano y también con su mirada.

–Vamos a casa Marina–Tan solo dijo entre susurros y sin aliento.

–Si–tan solo respondió sin pensar y sin dudarlo, porque dejaría que la llevara al fin del mundo y no le importaría.

Este fin de semana no existiría nadie más que ellos dos. Y a pesar de que seguramente el lunes verían las cosas de otra manera, este momento era especial y único y pensaba vivirlo como tal. Porque el lunes sería todo distinto ¿No?

Marina le entregó las llaves del auto y dejó que la condujera hasta el asiento del acompañante.

En pocos minutos estaban en viaje. El silencio entre los dos se había vuelto algo extraño, pero no era un obstáculo al que tendrían que vencer. Los dos sabían que no era obligatorio llenar ese silencio con palabras, no era necesario. Tan solo una mirada, una sonrisa o el tierno beso que Mauricio depositó en la mano de Marina mientras conducía, era suficiente dialogo para expresar lo que sentían.

Marina por la ventanilla del auto veía como la autopista los alejaba cada vez más de la ciudad. La noche ya era cerrada y bastante fresca, pero el cielo despejado auguraba buen tiempo, aunque no sabía si donde iban el buen tiempo sería necesario.

– ¿En dónde vivís?–Preguntó Marina con curiosidad.

–En el Tigre–Tan solo respondió.

–Siempre me gusto ese lugar. ¿Vivís cerca del río?

Mauricio la miró con dulzura por unos segundos y sonrió.

–Vivo en el río. Mi casa está en una isla.

– ¡Oh!–Tan solo Marina respondió.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora