Capítulo 26

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El clima seguía siendo un espanto. A pesar de que el viento ahora era solo una suave caricia que pasaba atravesando la casa, la lluvia no había menguado ni siquiera por un segundo. En algunas ocasiones la espesa cortina de agua no permitía ver más allá de dos metros, pero otras veces era una fina llovizna, no menos persistente, que caía incesantemente sobre el pasto ya inundado.

Pero dentro de la casa todo eso parecía no importar demasiado.

Mauricio había sorprendido a Marina siendo un excelente cocinero. Hizo alarde de esa condición preparando un exquisito plato de carne con salsa de hongos que ella catalogó como unos de los platos más exquisitos que haya probado jamás.

Pero en realidad de lo que más pudo disfrutar Marina, fue de la charla y de su compañía.

Era muy fácil para ella estar con Mauricio. La forma que tenían de mirarse y conectarse más allá de lo físico la hacía sentir cómoda y sobre todas las cosas podía ser ella misma.

Habían creado un mundo, en el que estaban ellos dos.

No tenían idea de que hora era, ni en qué parte del día se encontraban, porque afuera era toda oscuridad. Solo eran conscientes de sus miradas y de sus palabras.

Marina estaba fascinaba con la manera en que él le prestaba atención y sobre todo le gustaba la forma graciosa en que él fruncía el ceño cada vez que no estaban de acuerdo en algo. Pero sobre todas las cosas, Marina adoraba cuando lo sorprendía mirándola.

Sentados en la sala, separados por la mesa de apoyo que estaba cubierta por las cámaras de Mauricio, Marina leía un libro del fotógrafo Helmut Newton, que había encontrado sobre el sillón, un fotógrafo que según Mauricio confesó, era su favorito, mientras que él se dedicaba a desarmar y limpiar las lentes de las cámaras.

Sobre el marco de sus anteojos, Mauricio no podía dejar de recorrer el cuerpo de Marina, una y otra vez. Le costaba concentrarse en lo que estaba haciendo, porque cada vez que trataba de hacerlo, sus ojos envueltos en una especie de boicot, se confabulaban en su contra, porque sin pensarlo se posaban nuevamente en Marina.

El color de sus cabellos, la suave línea de su rostro, la encantadora curva de sus pechos, la redondez de sus caderas, sus esbeltas piernas... Dios mío, pensó Mauricio cerrando sus ojos, tratando de controlar el impulso de lanzarse sobre ella. Pero él sabía que era demasiado tarde. Algo en su pecho comenzaba a rugir, algo que Marina había despertado y que él no estaba seguro de poder controlar... o no estaba seguro de querer controlarlo. Es por eso que trató de entablar una conversación que literalmente llevara sus pensamientos hacia otro lado.

-Solo por curiosidad... ¿Por qué querés seguir psicología?

Marina levantó sus ojos de la lectura y lo miró mientras dejaba el libro sobre la mesa de apoyo y estiraba su cuerpo cuan largo era el sillón. Afirmó el codo en el gastado cuero y sostuvo su cabeza con su mano para concentrar toda su atención en la pregunta de Mauricio.

-Supongo que me gustaría escuchar e interpretar las heridas de la gente y poder ayudarlas.

- ¿Y qué clase de heridas son esas?

-Las del alma-Respondió sin dudar-Estoy segura de que podría hacer mucho al respecto.

-Creo que podrías hacer cualquier cosa que te propongas.

-Sí, yo también lo creo... y no es falsa modestia decirlo. Creo que mi vida fue una carrera acelerada en la que aprobé casi todas las materias.

-Te concedo eso porque es cierto. Nada nos puede enseñar tanto como la vida misma. Solo hay que saber mirar y aprender.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora