Capítulo 50

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Desde que Mauricio había llegado a su casa, o mejor sería decir que, desde que había llegado a Buenos Aires, le costaba respirar. Ya había ideado un plan de trabajo que pretendía ser lo más rápido en acción, tomar aquellas decisiones que fueran convenientes y dejar el país lo antes posible.

La gente del National Geographic le había dado vía libre para que pudiera solucionar sus problemas y para ello le ofrecieron la posibilidad de que se tomara el tiempo que fuera necesario. El hecho de saber que Mauricio posiblemente trabajaría para ellos de manera definitiva, los obligaba a permitirle tomarse ciertas libertades.

Pero Mauricio tenía la sensación permanente de que nada lo satisfacía, no quería estar en África, pero tampoco quería estar en la Argentina. Que su corazón prácticamente se ralentizara y que no pudiera llevar algo de oxígeno a sus pulmones tenía que ver con que su alma estaría hecha pedazos estuviese donde estuviese. Sí, el alma le dolía.

Había perdido a la única mujer que amó y fue como si hubiera perdido la vida misma, porque que estaba seguro que nunca podría llegar a amar y desear a alguien como amaba y deseaba a Marina.

Todo había terminado para él. Era doloroso, pero así era, ni bien había bajado del avión, sintió ese frío, ese frío de principios de invierno en la Argentina no era lo que le helaba la piel. Lo hacía saber que todo había llegado a su fin. Se había querido engañar todo este último tiempo pensando que tomar distancia había sido lo mejor. Pero solo había sido una salida cobarde. Tendría que haberse quedado para luchar por lo que quería, por Marina.

Su hermana había tenido razón en todo y no la había querido escuchar. Haberse ido como lo hizo fue darle por ganada la batalla a Olivia, algo que nunca tuvo que suceder.

¿Pero es que acaso le quedaba otro camino?

¿Marina lo hubiera escuchado?

"Tal vez sí, idiota" Se dijo maldiciéndose. Marina lo amaba, más de lo que ninguna mujer pudo amarlo jamás, de eso estaba seguro, pero ahora...

Ya no tenía ni la más mínima posibilidad de que Marina lo escuchara después de cómo la había tratado.

Había sido un necio al pensar que su amor podría ser todo lo fuerte como para que Olivia no lo envenenara. Pero le había dejado el camino libre y Olivia había ganado... otra vez.

Y fue entonces que el frío glacial que sintió cuando llegó a Buenos Aires, sin ningún tipo de miramientos llegó a su corazón.

Hacía varios días que había llegado a su casa y todavía no había salido de allí. La única que sabía de su regreso era su hermana, a la que le pidió algunos días para poder enfrentar todo lo que sabía que se avecinaba.

Su estudio privado del segundo piso de su casa estaba tal cual lo había dejado. Sus caseros habían hecho un buen trabajo como siempre, tratando de conservar todo como a él le gustaba. Pero definitivamente lo mejor de todo fue su reencuentro con Athos.

Sin lugar a dudas la bienvenida que su perro le dio cuando lo vio bajar de la lancha de alquiler que lo trajo hasta su isla, lo llenó de una ilusión y de una ternura que creyó que había perdido.

Le había dolido en el alma tener que dejarlo y le dolió más aún tener que pensar en dejarlo nuevamente. Sus constantes viajes no permitían que tuviera una residencia permanente y sería muy complicado llevarlo a África para sacarlo de la isla donde era feliz.

"Dios Santo, que doloroso era todo" Pensó.

Athos lo miraba desde la puerta de su estudio y como hacía cada vez que lo miraba con ojos expectantes, movía la cola chocándola contra el piso de madera produciendo el sonido más tierno que Mauricio pudo escuchar en mucho tiempo. Rodeó su escritorio y se sentó en el único sillón que tenía en su estudio y llamó a Athos para que se uniera a él.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora