Capítulo 35

46 6 18
                                    


Marina tuvo que recordarse en que parte de este mundo se encontraba a la hora de darle al taxista la dirección de donde vivía su hermana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Marina tuvo que recordarse en que parte de este mundo se encontraba a la hora de darle al taxista la dirección de donde vivía su hermana. Tuvo que recordarse que a pesar de todo su corazón seguía latiendo, aunque parecía que lo tenía inactivo, sin vida o es simplemente que no lo sentía.

Temía que ese sentimiento desgarrador, que había sido una marca indeleble en su alma durante toda su vida, hubiera aparecido nuevamente. Ese sentimiento que creía un tema superado y que pensó que no lo iba a volver a sentir. Pero se había equivocado, porque debajo de las capas de su fortaleza notó ese frío desgarrador e implacable del abandono. Ese sentimiento al que tenía mucho miedo. Había superado con creces el abandono de su madre, había convertido esa parte de su vida en un efímero recuerdo. Pero esto abría esa herida. Se preguntaba una y otra vez cómo pudo equivocarse tanto y lo que más la atormentaba era descubrir como Mauricio había podido ser tan cruel.

Y cuando pensaba en eso, nuevas lágrimas recorrían sus mejillas provocándole más dolor. Uno insoportable.

Hacía varias horas que había llegado a la casa de su hermana y todavía no podía controlar la pena que le causaba recordar su última conversación con Mauricio. Mentalmente rememoró cada segmento de la última vez que estuvieron juntos y todavía no podía entender la forma en que se había desfigurado lo que en principio fue toda felicidad y amor, quedando reducido, a lo que sentía muy profundo en su corazón, una triste e intensa soledad.

A pesar de que estaba rodeada de los brazos de su hermana, a pesar de que estaba acurrucada en su cama, siendo consolada por la dulzura de su voz, Marina no podía encontrar explicación a todo lo que había sucedido. En otros momentos de su vida solo eso hubiera bastado, estar así con su hermana era suficiente para aplacar su desconsuelo, pero esta vez era inútil.

Cientos de veces, aún desde que eran muy pequeñas, el refugio de los brazos de su hermana era el remedio para calmar cualquier pena que sufriera su corazón. Pero en esta ocasión, ni siquiera esa fuerza que imponía su lazo de sangre inquebrantable que la unía a su hermana, era suficiente para calmar su dolor.

Esto era diferente, y lo era por la sencilla razón que Marina se adivinaba vulnerable e indefensa cuando de él se trataba. Se había enamorado, amaba a Mauricio hasta la locura y no creía poder salir tan fácilmente de esta espiral de sentimientos encontrados que la arrastraban sin poder evitarlo.

Lo que sentía por Mauricio la estaba condenando. Se había dejado engañar por sus ojos, por su voz y Dios santo, no creía que ningún otro hombre pudiera hacerla sentir así.

Él le había pedido que no dudara de sus sentimientos, pero... como no dudar, si detrás de todo aquello que señalaba que sentía se escondía un interés mucho más profundo que el amor que proclamaba sentir.

Había despreciado a cada uno de los hombres que lo único que veían en ella era una mujer hermosa, y ahora, todo era mucho peor. Mauricio se había convertido en el peor de todos cuando sus intenciones, desde un primer momento habían sido beneficiarse. Sí, era peor que los demás, eso lo convertía en el peor de todos ellos, por el simple y doloroso hecho de que Marina se había enamorado de él.

A duras penas, entre sollozos y lágrimas, Marina pudo contarle a su hermana todo lo que había sucedido. Eugenia, que no estaba al tanto de los acontecimientos amorosos de su hermana de estos últimos días, prestó atención hasta el último de los detalles. Y contuvo el aliento cuando descubrió con mucha pena que su hermana se había enamorado de la forma más hermosa, pero también de la más cruel.

Eugenia la dejó hablar y llorar hasta que se quedó profundamente dormida, ella sabía por experiencia que después de un sueño profundo y reparador Marina vería las cosas de otro color al día siguiente. Pero ese sábado a la mañana, cuando Eugenia se despertó y encontró a Marina en su cocina, aovillada en una de las sillas con las mejillas bañadas en lágrimas, supo que todo era peor de lo que se había imaginado.

Y también supo de las connotaciones emocionales que esta traición traería con ella. Lo podía ver en la expresión de su rostro y en la tristeza de su mirada.

–Buen día corazón–Saludó Eugenia en un tono que inventó rápidamente para que no se notara la impotencia que sentía de ver así a su hermana.

Marina la miró e hizo una mueca triste con sus labios temblorosos.

– ¿Qué hay de malo en mí?–Preguntó Marina mientras una lágrima surcaba una de sus mejillas.

-No hay nada de malo en vos-la corrigió dulcemente.

Eugenia no se había equivocado cuando pensó que la traición de Mauricio traería a colación el abandono de su madre.

– ¿Por qué nadie puede amarme tal como soy?–Y esta vez un tono amargo hizo eco en el corazón de Eugenia llenándola de un infinita pena.

–Yo te amo–Respondió Eugenia con lo que creía era más que obvio, pero lo único verdadero también.

–Eso no vale. Sos mi hermana. Además–Dijo con una triste sonrisa–una vez hicimos un pacto enlazando nuestra sangre, prometiéndonos amor eterno.

–¡Como olvidarlo!–Respondió Eugenia mostrando su dedo que todavía tenía una delgada línea blanca evidenciando una antigua herida–Ese día no solo te entregué mi sangre, casi te di mi dedo también.

Marina soltó una sonrisa, que a pesar de su expresión triste, iluminó su cara mientras miraba su propia marca en el dedo pulgar.

Eugenia se acercó a ella y arrodillándose a su lado le acarició la mejilla. Marina volvió a ponerse triste.

– ¿Cómo decía la abuela? ¿No hay mal que dure cien años?

–Cien años es mucho tiempo–Afirmó Marina desesperanzada.

–Deja pasar unos días y vas a ver que todo se soluciona.

– ¿Vos crees?–Preguntó mirándola a los ojos, esos que eran iguales a los suyos.

Eugenia sabía que nada iba a cambiar, que esa sensación amarga en el corazón se instalaría haciendo estragos en Marina, pero sí podría afirmarle que reuniendo las fuerzas necesarias, esas fuerzas que sabía que ella tenía, la ayudarían a salir adelante.

–Lo que creo es que detrás de esa carita de ángel hay una mujer muy pero muy fuerte. ¿Por qué no dejar que el tiempo solucione las cosas? Te prometo que no van a ser cien años.

Marina suspiró resignada mirando el rostro de su hermana.

–Mientras espero, ¿Me puedo quedar acá con vos?–Preguntó poniendo esa carita dulce y tierna que Eugenia le hizo recordar cuando era apenas una niña.

–No hay nada que me gustaría más–Dijo de corazón–Hagamos lo que siempre nos gustaba y hace mucho que no hacemos. Compremos bolsas de pochoclo, baldes de helado y miremos viejas películas románticas, esas que tantos nos gusta.

–Me encantaría... pero ¿Podríamos dejar las películas románticas para otro momento?

–Si claro...Tenes razón–Dijo Eugenia con una expresión de culpa impresa en su mirada–Mejor miremos una de terror, esas que nos hacen cerrar los ojos cuando hay una parte que no nos gusta o las que nos hace saltar de miedo.

Marina solo asintió y no solo porque estaba de acuerdo, sino porque de "terror" era justo como ya se sentía.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora