Capítulo 45

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Era imposible no dejarse llevar por el esplendor de esa noche de Acapulco. La brisa tórrida y salina que provenía del mar, pegaba de lleno en la cara de Marina haciéndola estremecer. Esa noche tenía las emociones a flor de piel y creía tener la inusitada sensación de que su cuerpo explotaría en cualquier momento.

Pero solo era eso, una extraña sensación, porque sabía que estaba viviendo en un desbastador vacío, en una aletargada e interminable sucesión de acontecimientos que formaban su vida.

Apoyada en la baranda del balcón de su habitación de hotel, miraba la impactante vista de la semicircular bahía de Santa Lucía en donde se hallaba anclada la ciudad.

La vista desde allí quitaba el aliento. La ciudad estaba sometida a la oscuridad de la noche, pero curiosamente la luna, que pendía del cielo cuan medallón perfecto, redondo y brillante, inundaba la ciudad con un baño plateado y resplandeciente.

Más allá se podía apreciar el puerto invadido por cientos de embarcaciones y mucho más allá, sobre el mar, el reflejo de la luna, que dejaba impreso su rastro sobre el agua terminando así de rematar la perfección del paisaje.

Pero ni siquiera tanta belleza era suficiente para poder disipar el dolor que había en su corazón.

Marina pudo comprender al fin, con mucha desesperanza, que ya nada en este mundo podría conmoverla. Nada si no podía recuperar su corazón. Si no podía recuperar al hombre que amaba.

¿Pero cómo podía ser eso posible después de lo que había pasado?

¿Cómo podría volver a confiar en un hombre que la había engañado?

¿Cómo podía amar así a un hombre que no la amaba?

Sabía que tenía que dejar de soñar.

Porque Mauricio no la amaba.

Le había costado mucho tiempo reconocerlo, le había costado muchas noches de desvelo hasta quedarse dormida de tanto llorar.

Pero esa era su realidad. En el fondo de su alma lo sabía.

Todo era una ilusión, jamás la iban a amar más allá de su imagen, y eso era justamente a lo que iba a tener que acostumbrarse.

Aunque se desgarrara por dentro, aunque fuera lo único que tendría en su vida, se aferraría a eso. A su amor.

Ya había comenzado a aceptar su destino, ya había empezado a vislumbrar cuál sería su vida de ahora en más. Sabía que muchas cosas le habían sido negadas en su vida, se había resignado de una vez por todas a que la suerte, la vida, el destino o lo que mierda fuera que rigiera su existencia, no iba a dejarla ser otra cosa más que lo que era en esos momentos. Un rostro y un cuerpo perfectos.

Pero a pesar de todo aquello, por lo que ya estaba cansada de luchar, había algo que nada ni nadie podría arrebatarle. Y eso era su amor.

No su amor no correspondido, no el amor que la vida le negaba. Hablaba de su amor. El que ella sentía, el que era exclusivo y solo de ella, el que nutría su vida, al que se aferraría, al que dejaría que viviera en ella y al que estaba completamente segura, de que nadie se lo podría arrebatar.

Con una sonrisa triste bajó su mirada hacia sus manos y dio gracias al cielo por haber conocido el amor, el amor, ese sentimiento tan profundo que atesoraría en su alma para siempre.

Volvió a posar su mirada en la oscuridad del mar y sorpresivamente de él emergieron sus ojos azules.

No. No podía olvidarlo. Nunca podría hacerlo y ese sería el alto precio que tendría que pagar por pretender cambiar su vida, por ambicionar lo que nunca sería para ella.

La traición esta de modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora