12.

1.4K 164 5
                                    


Era un príncipe de cuentos, era un noble caballero, era un dulce ángel... Pero hasta él podía ceder ante el deseo de la carne.


—Mexique... es-espera —susurraba en sus intentos por respirar.

—Eh... —lo admiró un momento, apreciando ese rostro rojizo por la vergüenza y esos labios temblorosos—. No. No voy a parar.


Devoró esos labios con ansias, deslizando su lengua descaradamente dentro de esa boca dulce, impidiéndole pensar y negarse, porque si le daba un mínimo de oportunidad, Canadá se avergonzaría y escaparía de sus garras.


—¿Por qué ahora? —fue la duda del bicolor cuando logró hablar—. ¿Qué pasa?

—¿No quieres? —deslizó sus manos hasta la camisa de Canadá para amagar con levantarla.

—Es que... —cerró sus ojos—. Yo...

—No quiero apresurarte —sonrió alejando sus manos—. Si no...


Pero ahora él se vio atrapado por los labios ajenos, sintiendo esas manos apretarle las piernas, ese cuerpo empujando el suyo para cambiar posiciones. En un instante pudo disfrutar de ser dominado por aquel poste canadiense que amaba con locura.


—Ah... Sí, maplecito... —sonrió entre jadeos—. Sabía que no era el único caliente aquí —abrió sus piernas para atrapar las caderas del bicolor.

—Me asusta —susurró antes de descender su cabeza para esconderse en ese pecho—, me asusta saber que te deseo a cada momento.

—¡Y porque chinga'os no me dijiste antes! —le golpeó la espalda—. Si ando todo urgido desde hace un chingo y tú...


Su voz se cortó al sentir una mordida en su pecho, en la zona correcta como para darle un rico escalofrío que le dilató hasta el...


—Porque si empiezo... No me voy a detener —susurró mientras su mano se deslizaba por la retaguardia con la que fantaseaba día y noche—. No importa dónde o cuándo... Sólo desearé morderte, besarte... Y hundirme en ti.

—Verga, wey.


Tenía miedo de quedar paralítico. Pero de todas formas se iba a sacrificar. Todo para ser rellenado de amor canadiense hasta el cansancio.


—Por eso yo...

—No. No —tomó el rostro de Canadá para mirarlo—. No me entendiste.

—¿Qué quieres decir?

—Qué quiero tu verga —sonrió de lado antes de apretarse contra la entrepierna de su maplecito—. Ahora. Mañana. No hay pedo. Yo aguanto... Y después me aguantas tú.


Canadá rio entre dientes sin poder evitar sonrojarse por aquella vergonzosa y rara situación.


—Suena interesante.

—Sin miedo que no me rompo, maplecito.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora