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—Híjole —México cargaba al bebé con gran ilusión—, pero mira no más que grande estás.

Escuchaba las risitas y balbuceos de aquel pequeño ser que aún no tenía bien definida su bandera. Jugaba con esas manitas regordetas, reía ante las muecas, hablaba como retrasado solo para escuchar la risita del bebé, y esperaba a que Canadá llegará con el biberón.

—Lamento la demora.

—Tu hijo es una chulada.

A veces no había niñera, los hijos de Canadá no podían cuidar del pequeño, y no había más opción que llevarlo a la reunión y dejarlo en la guardería. México disfrutaba de esas veces, porque así veía al pequeño Hub.

—Crece muy rápido.

—Es porque se está desarrollando mejor de lo esperado —Canadá suspiró desilusionado—, pero eso también significa que tal vez no pueda tenerlo conmigo por mucho tiempo.

—Wey, no pienses en eso. Solo disfrútalo —le golpeó levemente en el costado.

—Gracias por consolarme, Mexique.

—Por ti, haría eso y más.

Canadá solía sonreír ante los galanteos que a veces lograba identificar, sintiéndose un poquito especial, encantado por ser destinatario de algo tan bonito.

Pero a veces se sentía culpable. Porque él ahora tenía a Hub, trataba con sus obligaciones normales y no tenía demasiado tiempo como para ceder ante el cortejo de México.

—¿No crees que estás perdiendo tiempo conmigo?

—¿Qué? ¿Acaso no te gusta cómo te coqueteo? —dijo desesperado.

—No es eso —sonrió divertido—. Me refiero a que... ¿todavía te gusto?

—Cada vez más.

—¿Cómo es eso posible? —reía.

—No sé... —deslizaba sus dedos hasta esa mejilla para darle una caricia de segundos—. Tal vez porque eres bien hermoso, porque tu sonrisa es sincera, porque me gusta que seas un padre dedicado... o porque me gusta todo de ti.

Canadá se avergonzaba mucho cuando México lo veía con tanta dulzura. Y le gustaba esos momentos.

Aunque a veces no se vieran en largo tiempo, siempre que podía reencontrarse con México, las cosas siempre parecían mejores, más simples y más dulces.

—Cada que estoy contigo, me siento mejor.

—Soy la verga, lo sé —rieron juntos.

—Te has vuelto muy importante para mí —susurró—, y para Hub.

—Con eso me basta para vivir diez años —suspiró—. ¿Si ves?

—¿Qué cosa?

—Hasta me pongo pendejo... y se me olvida que ¡ya voy tarde a la otra reunión!

Canadá reía divertido por el ajetreo del tricolor, agitando su mano en despedida, acomodando a su niño en uno de sus brazos, y encaminándose de nuevo a su hogar.

—Es cierto —respondía a los balbuceos y grititos de su pequeño—, creo que también me gusta.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora