24.

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La regla decía que no podía tocar.... Pero iba a mandar todo a la verga muy pronto.
Es que lo tenía ahí.
Tan cerquita.

—Ay, chingada madre —respiró profundo e intentó concentrarse.
—Mex... Mexique —esa voz de terciopelo, aquellas mejillas rosadas, los labios de cereza separados y brillantes.
—Voy a...
—Sí lo tocas pierdes —era una voz lejana, distorsionada por el micrófono.

México sólo pudo tragar en seco, agitado, perdido en el movimiento de esas manos, admirando el vaivén que envolvía la gloria que quería meter en su boca y succionar con fuerza.

Era su maplecito, la luz de sus ojos, metido en ese juego pecaminoso, perdido en el delirio de un afrodisíaco. Era el reflejo de una pasión desbordada que deberían aprovechar en privacidad y no ante el morboso juego de un pervertido.


—¡Ya párale, wey! ¡Esto ya no es gracioso!
—Pero... —una risa estalló de repente, opacando los gemidos del pelirrojo que seguía perdido en la auto satisfacción—... ¿Qué dices, México?
—¡Ya déjalo ir!
—¿Cómo podría?... Si este... Es tu sueño.

Despertó de un brinco, casi cayéndose de la cama, agitado y sudoroso. Se maldijo, tenía una erección y la idea clara de su sueño. Era un descarado fantaseando con su crush de años.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora