Chiquis [México x Canadá]

112.

—Sólo una vez... Sólo una.

Se lo prometió, pero era totalmente imposible, porque la sensación que su lengua experimentaba era única, por eso..., sólo por eso, se deslizaba cada dos noches hasta esa habitación y a hurtadillas se acercaba.

Sus manos temblaban, sus piernas igual, pero no podía detenerse, lo necesitaba, lo quería saborear, sentir el característico picante y medio ahogarse porque no soportaba la fuerza. Pero le gustaba tener la boca llena...

—¿Florecita? ¿Qué haces? —medio dormido, México enfocaba al amor de su vida—. Ni canta el gallo, no mames.

Canadá no respondía porque su lengua repasaba la textura rara de aquel manjar y sus ojos llorosos no ayudaban.

—Florecita —suspiró profundo—, ¿estás comiendo de nuevo esos dulces enchilados?

—Me... uta...

—No hables con la boca llena —bostezaba antes de acercarse a su novia y quitarle la funda de dulces—. ¿Y de dónde chinga'os los sacaste? —porque estaban en tierra canadiense justamente para evitar esa extraña afición de Canadá por los dulces picantes, antojo raro por el embarazo.

—Me gusta la sensación —murmuró tras sacar la bolita roja de su boca.

—Pero mira no más —repasó esos labios rojos, irritados—. Hasta estás chillando, florecita —le limpió las lágrimas.

—Pero... —ahora quería llorar de verdad.

—Ya, ya —le besó los labios—. Sé que es por el chamaco —acarició la pequeña pancita de la canadiense—, pero es demasiado para ti.

—Lamento despertarte —limpió sus mejillas.

—Despiértame siempre —sonrió— que si no me asusto y pienso que te me escapaste, mi vida.

—Te amo, Mex.

—Yo más, mi amor —le besó de nuevo—. Ahora volvamos a dormir, aun es de madrugada.

—Está bien.

—Y sin dulces escondidos.

—Solo uno —se quejó.