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Miraba su panza con interés, porque ya no era tan planita como recordaba, ahora era una curva marcada y redonda.


—Qué horrible —México murmuró para sí mismo.


Se había descuidado en cuanto a su apariencia. Ya no era ni rastro del galán que conquistó al güerito de rojo y blanco hace tres años. Sintió de pronto ese miedo horrible de que Canadá lo dejaría por ser tan feo y gordo... y pendejo.


—Ya volví, darling —Canadá soltó un suspiro antes de dejar en la mesa su bolsa de compras—. Podemos... ¿Qué haces?


Miró detenidamente a quien se hallaba colgando de cabeza, con sólo sus piernas sujetas de un tuvo empotrado en el marco de la puerta.


—Hum... Ejercicio.

—¿Por qué? —ladeó su cabeza.

—Quise hacerlo.


Pasaron algunos segundos en silencio, mirándose, hasta que Canadá ahogó una risita al notar que su novio no se movía.


—¿Estás atorado?

—¡No! —jadeó tocándose el pecho—. Me ofende que creas eso, maple.

—Entonces por qué no haces la flexión... Se te subirá la sangre a la cabeza.

—¡Bueno ya! ¡A la chingada! ... Sí, me atoré.


Canadá no hizo más que reír bajito antes de ayudar a México a bajarse de ahí, después sólo le llenó de besos el rostro y le susurró que lo amaba antes de llevarlo a la cocina para planear qué harían de comer. Porque Canadá amaba que México le enseñara más y más recetas nuevas. 

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora