145.

527 62 0
                                    


El respirar agitado de su agresor era desesperante, sabía bien que le estaba ganando el miedo y por eso era imprudente. Pero a la vez era gracioso porque el pendejo ese sabía a lo que se iba a enfrentar si Canadá llegaba a atraparlo.


—Muévete. Muévete.

—Chale —rio bajito antes de caer al suelo—. Ya no se va a poder, cabrón.

—¡Levántate! ¡Camina! —golpeó al tricolor con su pie.

—Ya no puedo —gimoteó por el dolor—. Estoy muy cansado... Yo creo que aquí me quedo.

—No seas estúpido —intentó levantarlo, pero era peso muerto.


México vio ese cielo que se volvía negro, pero aún conservaba ese tono de naranja tan bonito, que le recordaba al otoño cuando iba con su maplecito caminando por los bosques en busca de leña o algo así.

Era tan tranquilo.

Sí. Se iba a desmayar ahí mismo y con el recuerdo de la risita tímida de Canadá, risita que escuchó cuando lo besó por primera vez, cuando le lanzó un piropo, y cuando le ofreció vivir juntos. Risita que no había escuchado en mucho tiempo.


—Mierda. Mierda. Mierda.


El secuestrador, el sin nombre, como solía llamarlo México, tomó su arma, miró a todos lados mientras maldecía, apuntaba desesperado porque sentía la mirada furiosa de su perseguidor en la nuca.

Sudaba a mares.

Sabía que Canadá estaba cerca, podía escuchar las pisadas, lo escuchó gritar hace un buen rato y decirle que le pisaba los talones. Ese estúpido country del que pensó, sería fácil escapar y manipular, ahora estaba haciéndolo entrar en pánico.


—¡Levántate, perra!

—Así quisiera... Ya no doy más, cabrón.


México se quejó cuando intentaron levantarlo de nuevo, sus piernas temblaban, su cuerpo dolía, y volvió a quejarse cuando cayó de nuevo. Quería que toda esa mierda se acabara.


—Je te vois —(te estoy viendo).


El gimoteo asustado del secuestrador hizo que el mexicano se riera, pero hasta él sintió un escalofrío en todo el cuerpo al escuchar esa voz grave y profunda... Una voz que jamás escuchó brotar de su maplecito, una que hizo eco por los árboles y la oscuridad que poco a poco los envolvía.


—Haz algo estúpido —el tipo levantó como pudo al mexicano y lo colocó frente a él—. Y se muere —apuntó directo a la sien derecha del tricolor.

—Qué puto cliché del culo —susurró apenas, antes de que le aplicaran una llave en el cuello y se callara.

—¡Me oyes! ¡Chico maple! Hermanito menor de USA —elevó su voz, girándose para intentar localizar al canadiense.

—Si tu lui fais quelque chose ... je vais te tuer —(si le haces algo... Te mataré)

—Me matarás de todas formas —sus manos temblaban y su dedo se balanceaba en el gatillo.

—Pero... —Canadá respiró despacio, enfocando su objetivo en la mirilla, sin hacer movimiento innecesario—. Si tua... Si tú le haces algo más, si me lo quitas... No te mataré tan rápido.

—Eso... dio miedo —jadeó el mexicano.

—Je ne te donnerai qu'une seule chance! —(¡Te daré una sola oportunidad!)

—¡Muéstrate, Canadá! O mato a tu amorcito.

—¡Suéltalo!

—Ya quisieras, Canadá.

—Mexique...

—Dime, mi vida —apenas susurró

—Mexique, trust me.


El agresor entró en pánico cuando los sonidos se entremezclaban, no sabía si apuntar al vacío o al mexicano. No sabía si su enemigo estaba al norte o al sur. Sudaba en exceso y el arma se le resbalaba. Quería gritar.

Algo voló sobre él.

Soltó al tricolor y apuntó para disparar. Gritó al dar la primera descarga. Se distrajo. Y muy tarde se dio cuenta de que el sonido de una escopeta al cargar vino detrás de él.

Solo gritó. A la par que sentía su hombro destrozarse.

El impacto lo mandó al suelo, sintió el calor de su sangre, y poco después el destrozo en su pierna a la par del eco del segundo disparo. Gritó más. Le dispararon otra vez.
Y uno más.

Y otro más.

Hasta que sus gritos se fueron desvaneciendo a la par que su vida.

A la vez que me su enemigo se le acercaba un paso más. Hasta que pudo ver esos ojos azules brillar con el último rayo del sol, el cañón de la escopeta, y pudo dar su última maldición.


—Je ne te plairai pas —(no te daré el gusto).


Canadá soltó el aire antes de cerrar sus ojos, darse vuelta, y colgarse el arma al hombro. Porque ya había encontrado a su presa, porque ya la dejó inmóvil, porque terminó su cacería y ni siquiera gastó todas sus municiones.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora