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—Ya te dije que no me gustan los vatos.

—Boludo, ¿vos no te diste cuenta que somos puros pibes?

—Eso no es razón para...


Y entonces lo vio.

Y hasta el calzón se le aflojó.

Era alto, de piel nívea y colorada, delgado, con una línea de sirena y los músculos entonados en donde más atractivo se veía. Era hermoso. Una obra de arte. Era... Era...


—Regresá, che —golpeó la cabeza de México—. ¿Qué te pasa a vos?

—Oye... ¿quién es ese?

—Un salvavidas. No sé —hizo una mueca.

—Pues que venga porque siento que me falta el aire.

—¿De qué hablás, che?

—Sostén mis chanclas, que voy a conquistar a un gringo.

—¿Al USA? —miró extrañado al mencionado, que iba acompañado.

—¡No!... —hizo una mueca de asco—. Al otro.

—¿Vos no eras hetero?

—Depende...

—¿De qué?

—De si ese güero me deja pasar mi lengua por sus pezones.


Así fue como México se enamoró de Canadá en medio de un viaje a la playa.

Fue casi de ensueño.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora