123.

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Las reuniones se hacían desde el comienzo de aquel universo.

Los reyes se mostraban uno a uno desde que tenían edad adecuada para tomar en sus manos su corona y usar su capa de fino hilo sagrado, se conocían y platicaban, aprovechaban el tiempo antes de centrarse en sus deberes.

Y ahí lo vio.

Ingresó despacio, seguido del guardián del ocaso, era alto y de porte, usaba una larga capa oscura adornada por suaves detalles titilantes. Esa piel se iluminó suavemente al pasar junto a una estrella y después se opacó de nuevo. Los pasos eran tranquilos, sus manos estaban juntas, y parecía nervioso.

Quedó ahí, debía dar el discurso de bienvenida porque era el anfitrión, pero no tomó eso como un poco de mala suerte, sino algo que podía aprovechar.


—Bienvenido sean a mi castillo. Bienvenidos mis viejos amigos. Bienvenidos sean las criaturas más hermosas y recién presentadas a esta gran familia.


Lo miró y pudo apreciar esos ojos azules que brillaban. Unió sus almas por unos segundos a través de ese simple acto, y después fue aquel ajeno quien cortó su vínculo y se deslizó hacia un extremo de la sala.

Lo observó llegar con el rey de la tierra, aquel engreído poseedor de vida y bla, bla, bla...

Se lamentó el no haber podido entablar su primer encuentro, pero siempre había otra oportunidad.


—Disculpe, rey del sol, pero debe recibir a alguien hoy.

—No estoy de humor —se quejó entre suspiros, sentado en su trono, hundido en sus recuerdos de aquel hermoso rey con el que no pudo hablar.

—Es alguien nuevo, es necesario que lo reciba.

—¿Es alguien lindo, alto, con una capa llena de detalles en estrellas, un collar brillante y de unos ojos tan chulos que enamoran? —suspiró otra vez.

—No sé si calzo en toda esa descripción —era una voz un poco bajita, grave y estilizada—, pero... Si está ocupado... puedo regresar otro día para la presentación formal.

—Oh, cierto —el guardián del rey del sol, el amanecer, sonrió divertido—. Se me olvidó mencionar que el rey está aquí.


Brillante e importante, el rey del sol cayó al suelo tras esa última oración, y luchó con su propia capa enredada en sus piernas para poder levantarse.

Agitado, avergonzado y emocionado. Así presenció ante él a aquel hermoso ser que reía entre dientes, cubriendo sus labios con su mano derecha.


—Es un placer conocerlo, rey del sol —se inclinó con finos movimientos, cuidando que la corona que flotaba delicadamente sobre su cabeza no perdiera posición.

—Qué chulada —susurró y casi al instante esos ojos azules se posaron sobre él, dudosos, confundidos—. Digo... Es un placer... —no iba a desperdiciar su nueva oportunidad—. Mi nombre es México por si lo querías saber.

—Siga el protocolo, alteza —lo regañaron, pero México obvió a su escolta personal.

—He venido a presentarme, rey de reyes —aquel hermoso chico volvió a sonreír con sutileza—. Soy Canadá, designado al reinado de la luna... A sus servicios y deseos.

—Qué ofertón.

—¿Disculpe? —rió divertido al no entenderlo.

—Es un placer conocerlo, joven Canadá.


México se acercó sin miedo, pero hizo que aquel chico retrocediera sin saber cómo reaccionar a tal cercanía. Era tan hermoso... Y lo era más al estar cerca, porque pudo notar detalles como las suaves líneas que definían el contorno de una hoja tatuada en esa piel, en ese rostro.


—Déjeme darle la correcta bienvenida.


Tomó esa mano y la sintió fría a comparación de sus falanges cálidos, la elevó cerca de su rostro, y manteniendo fija su mirada en la de Canadá, le besó los nudillos durante un rato.

Tan bonito era, que, ante la vergüenza, el rey de la luna hizo brillar suavemente su piel y denotar las lucecitas que adornaban sus mejillas en un caminito no definido.


—Tú piel es roja y blanca, y tus pecas son muchas... —México estaba embobado con tanta belleza—. ¿Puedo contarlas?

—¡Lo siento! —retrocedió cuando su mano fue liberada—. Cuando estoy frente a una estrella... Me ilumino y... —se sostuvo el pecho en un acto temeroso—. ¡Qué vergüenza! Lo siento mucho.


México sólo pudo suspirar y sonreír. Porque conoció a un tesoro que descubrir.
Pero también aprendió que debía ser cuidadoso, porque aquella luna era vergonzosa y podía escapar si se sentía demasiado observado.

Definitivamente estaba encantado.

Y esperaba verlo pronto... muchas veces... para siempre.

Chiquis [México x Canadá]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora