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—Pero, bueno, ¿Qué demonios pasa ahora? —gritó Jul desde el vestidor.

Intentaba vestirse, pero en la última media hora había recibido tres llamadas de ventas por teléfono y una por equivocación. Al oír el timbre de la casa cruzó a zancadas, dispuesta a saltar sobre el inocente que estuviera al otro lado de la puerta, y abrió bruscamente.

—¿Qué demonios haces aquí? —Sabía que aquella mujer se presentaría en su casa tarde o temprano.

—¿Siempre recibes a tus amantes tan groseramente? ¿Muy malo Juuuul!

—Tú no eres mi amante, Nayeli —gruñó Jul con rabia.... Es lo último que me faltaba en este momento.

Hace unos meses Nayeli Alonzo y ella habían pasado un largo fin de semana en Los Cabos, entre sábanas de algodón por supuesto, y fue poca la luz del sol y el mar que disfrutaron, pero no por esos días de relax podían considerarse "amantes", en opinión de Jul. La relación se alargó unas semanas más en la ciudad, pero, cuando Nayeli empezó a imponer exigencias y a adjudicarse derechos exclusivos sobre ella, Jul cortó inmediatamente. Sin embargo, aquella breve aventura no iba a concluir tan fácilmente muy a su pesar.

Nayeli parpadeó con coquetería y la miró con su mejor sonrisa de niña buena.

—Eso tiene fácil remedio, Jul. Sabes que estoy más que dispuesta a seguir donde lo dejamos. —Reforzó la oferta envolviendo a Jul por completo en una lenta y acariciadora mirada de cuerpo entero, al tiempo que avanzaba un paso hacia el interior de la casa.

—Me encantaría seguir donde lo dejamos —dijo Jul bloqueando la puerta—. Si mal no recuerdo, ese último momento te estaba diciendo, que todo lo que tuvieras que decirme, se lo dijeras a mi abogado.

Nunca había tenido la intención de que el desacuerdo entre ellas terminara en manos de abogados, pero la imprevisible conducta de Nayeli en los últimos meses la había obligado a actuar así. Se debatió entre emociones contradictorias. No sabía si estaba tan furiosa porque aquella mujer se negaba a aceptar que todo había terminado entre ellas o, simplemente, porque estaba allí, de pie, en el porche de su casa. Se decidió por la segunda opción y le preguntó en tono exigente:

—¿Qué quieres, Nayeli? Contempló con fría fascinación el cambio de actitud de Nayeli, que en un instante pasó de utilizar su atractivo sexual como cebo a utilizarlo como arma. Jul era consciente de que, un día u otro, tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus aventuras sexuales.

Había olido el peligro desde el momento en que la conoció, pero bastó una mirada a su espléndida anatomía para que toda precaución se la llevara el viento.

Ese error no lo cometía nunca en cuestiones de negocios. En tres años, había trepado hasta la cumbre del mundo de las finanzas gracias a sus dotes para juzgar a las personas y calibrar los riesgos. En aquel momento se sintió idiota por no haber hecho caso a su instinto de negocios y que la cordura se la llevara el deseo carnal, pero se sentía más idiota todavía porque aún en ese instante se viera tentada a tocar la llama que la quemaba.

Irritada, se obligó a apartar la mirada del escote que exhibía la provocativa blusa de Nayeli e hizo memoria de la cantidad de veces que aquella mujer manipuladora la había llamado por teléfono. Nayeli había intentado todo por volver a verla, desde coquetas insinuaciones sexuales hasta la súplica, y últimamente, incluso amenazas descaradas, si seguía rechazándola.

En aquel momento, el destello de victoria que asomó a los ojos de Nayeli puso de manifiesto que había sorprendido la lujuriosa mirada de Jul en su cuerpo, y se creció en arrogancia.

—Sé lo que quieres, —le dijo Nayeli, sonriendo sensualmente.

—No te engañes —replicó Jul con frialdad—. No tienes ni idea de lo que quiero.

—Puede ser. Pero sé lo que no quieres. —Una mueca de desprecio silenció la belleza superficial del rostro de Nayeli y sacó a la luz a una mujer capaz de joder a su propia madre—. No quieres que todo el mundo sepa que eres Gay. Pero por trescientos mil dólares no tienen por qué saberlo.

Los años de autocontrol en la sala de juntas no le fallaron a Jul. Tenía el corazón acelerado y un torbellino de pensamientos en la cabeza, pero contestó a Nayeli con la misma calma que habría mostrado si le hubiera pedido un poco de mantequilla.

—No te entiendo.

—Te dije que trescientos mil dólares me harían desaparecer —repitió, en un tono cargado de sarcasmo. Evidentemente, creía que tenía a Jul en un puño. Ya la había amenazado con denunciarla ante la junta directiva de Valdes & Cohen, y Jul le había advertido que a la junta le importaría un comino, porque todos los directivos sabían que era lesbiana. Pero la exigencia de dinero era una novedad totalmente inesperada.

Jul respiró hondo varias veces antes de hablar. No le gustaban las amenazas, y menos si provenían de una mujer que no era más que una cara bonita.

—Eso sale a unos quinientos dólares el polvo, más o menos —dijo, con un atisbo de sonrisa—. No sé con quién has hablado, Nayeli pero no los vales, desengáñate.

Nayeli la miró mucho más que molesta, y su rostro adquirió un color rojo oscuro, como si fuera a estallar, de la insinuación de mala cama.

—¡Cómo te atreves!.... Espera a que acabe contigo. ¿Qué pensarán de ti, tus adorados peces gordos cuando les demuestre que te dedicas a cazar y seducir heterosexuales inocentes e indefensas? —La voz le hervía de odio—. Será un escándalo y te dejaré en la calle sin nada.

Al cambiar la perspectiva del problema, una calma inquietante dominó a Jul. En realidad, había sido Nayeli la que se le había ofrecido a ella descaradamente, y no era ni por asomo una inocente y virginal lesbiana. Ahora, la cuestión dejó de ser personal y se convirtió en una negociación, terreno en el que Valdes se desenvolvía perfectamente.

—Permíteme adivinar a quién van a creer mis directivos. ¿A mí, la propietaria de la compañía, o a ti, una mujer que tontea a espaldas de su marido y que pretende extorsionarme?

—¡Te crees muy lista Jul!... Pues prepárate, porque tú sabes que aunque a tus amigos de la compañía no les importe que seas lesbiana a puerta cerrada, ya veremos lo que opinan cuando la prensa popular se centre en tus sucios "secretitos".... haciendo gesto con los dedos... —Es de majaderos permitir que una mujer de tu posición se deje enviar mensajes pornográficos por correo electrónico, con fotos incluidas. Y esos mensajitos pueden caer en manos de cualquiera...

Jul necesitó toda su voluntad para no reaccionar más que con un frío desprecio. ¿Acaso era posible que Nayeli hubiera tenido acceso a su correo electrónico? Aquella idea la debilitó. Tenía una cuenta separada para la correspondencia profesional y jamás la dejaba abierta. Pero, cuando estuvieron en Los Cabos, había utilizado el portátil y era posible que no hubiera cerrado el buzón personal. Pensó en los cándidos mensajes que Nayeli habría podido encontrar allí. Dos eran de la hija de un político que defendía los valores de la familia, una joven que estaba confundida y aun no había salido del armario, y la prensa se iba a deleitar con un escándalo así. Los había borrado hacía poco, pero, al parecer, ya era tarde.

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Cuando Tú Quieras (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora