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Valentina estaba mirando el techo, incapaz de dormir después del extraño giro que habían tomado los acontecimientos en la gala benéfica. Estaba claro que se trataba de una ex de Jul que, enfurecida, había querido ponerla en evidencia públicamente, y lo había conseguido. La prensa se daría banquete en el incidente hasta que estallara un nuevo escándalo. Pensó que de haber estado con Jul en ese momento, su cara habría salido también en todas partes y ¿cómo se lo explicaría a Henrry Baston y a Orlando Paiva?

Pensó en llamarla y decirle algunas palabras de solidaridad. Pasara lo que pasara entre ellas, o aunque no pasara nada, Jul tendría que afrontar una mala época, y lo procedente sería brindarle apoyo. Estuvo unos minutos indecisa, con la mano sobre el teléfono que había al lado de su cama. Según el despertador, era la una de la madrugada. No eran horas de llamar. Eso sólo se hacía entre amantes.

Tampoco era una emergencia, y, sinceramente, tenía que reconocer que el verdadero motivo de la llamada sería otro. Era cierto que le gustaría saber cómo se encontraba, pero también deseaba el contacto de los labios de aquella mujer con los suyos, la caricia de sus manos. Necesitaba que le dijera que era toda de ella. Dio una vuelta en la cama y se sintió muy sola, pero, aun en contra de sus anhelos, se reafirmó en su postura: no iba a dar un paso más para acercarse a ella. "Si me quiere, tendrá que venir a buscarme."

—Beltran, ¿a quién conocemos en el FBI?

—Es la una de la madrugada —balbució Beltran.

—Ya sé qué hora es, Beltran. —Jul oyó ruidos de fondo. Beltran le decía algo a su mujer y luego le pareció que se iba con el teléfono a la cocina y abría la nevera—. ¡Por Dios, despierta! El FBI habló con Nayeli.

—¿Qué? ¿Qué tiene que hablar el FBI con ella?

—Esperaba que me lo dijeras tú. Tú no los llamaste, ¿verdad que no?

—No —dijo Beltran, al tiempo que bostezaba—, pero es muy interesante. ¿Qué te contó, exactamente?

—No sé qué de un asunto de seguridad nacional. Le dijeron que tienen grabadas sus amenazas de chantaje, y que podría ir a la cárcel. Ella cree que yo lo organicé todo para vencerla en su propio terreno.

—Nayeli está empeñada en conseguir lo que quiere —advirtió Beltran—. ¿Estás segura de que no es otro montaje suyo?

—¿Por qué iba a inventarse una mentira así? —Tal como pintaban las cosas en esos momentos, Jul incluso se alegraría de que no fuera más que otro montaje de Nayeli para manipularla, pero había visto lo que había visto—. Estaba asustada, Beltran. Retiró los cargos contra mí y me abofeteó en público.

—Bueno, es posible que nos hubiera convenido avisarlos —dijo Beltran—. Estoy casi seguro de que no eres la única a quien Nayeli quiere extorsionar. Seguro que la vigilaban desde antes.

—No —replicó Jul gravemente—. Si ella fuera el objetivo, la habrían detenido, pero sólo le han dicho que se quite de en medio.

—El asunto se enreda. ¿Insinúas que a quien buscan es a ti? —dijo, como perdido en sus pensamientos.

—Si me dijo la verdad, me pusieron escuchas telefónicas.

—Y si te intervinieron los teléfonos de la oficina, los de casa también, seguramente —concluyó Beltran—. Por lo tanto, esto tenemos que hablarlo en otra parte.

Jul sintió que se mareaba. ¿Así era la vida? ¿Cómo es que todo había dado un vuelco tan brutal, sin control, y tan rápidamente?

—No me lo puedo creer.

—Bueno —dijo Beltran, especulando a toda velocidad—, a lo mejor no es por ti, específicamente. Puede que sólo formes parte de un sondeo más amplio. No demos nada por cierto al respecto. Tenemos que llegar al fondo de esta cuestión. —Por cierto, vi lo del incidente en la gala benéfica en las noticias de la noche —comentó Beltran con calma—. Ya me he puesto a...

—¿Salió en televisión? —Tenía que haberse imaginado que alguien lo habría grabado con un móvil.

—Eso me temo. Como te decía, ya he empezado a controlar los posibles perjuicios. Tu cuñado me llamó nada más salir la noticia. No dejes de vigilarlo.

—¡Ah! Gonzalo estará encantado con esto. —Lo utilizaría contra ella, si podía, de eso no había duda. Jul confiaba en que no investigara a Nayeli; tenía que encontrar la forma de atarle las manos antes de que se pusiera a hurgar.

—Le dije que es una acosadora profesional —dijo Beltran—. Pero, en serio: no tendríamos que hablar de esto por teléfono. Reunámonos en cuanto llegues al trabajo. Me pasaré por allí. O, mejor todavía, quedemos en desayunar donde le gusta a Nana. Al menos allí no habrá escuchas.

—De acuerdo —dijo Jul con grave resolución—. Ya no puedo esperar para cortar esto —pensó en voz alta. Se había permitido una distracción y una terquedad. Negarse a pagar a Nayeli era una cuestión de principios, pero a veces los principios eran un lujo.

—Menos mal que no le pagaste. —Beltran le adivinaba el pensamiento más de lo que a ella le habría gustado.

—No sé por qué, pero no lo entiendo.

El seco comentario de Jul hizo reír a su viejo amigo.

—Piénsalo. Por lo general, los culpables pagan enseguida, pero tú eres inocente, de modo que no tenías por qué pagar.

El tono cuidadoso y la precaución al escoger las palabras le hicieron comprender de pronto la gravedad de la situación. El FBI podía estar escuchando la conversación en esos precisos instantes. Cualquier cosa que dijeran Beltran o ella podría ser malinterpretada o utilizada en su contra.

—Todo esto es absurdo —dijo—. ¿Por qué coño iba a interesarle yo al FBI?

—Eso tenemos que averiguarlo. ¿Qué tal a las ocho de la mañana?

—Allí estaré.

—Entre tanto —le advirtió— no hables con nadie.

Jul asintió y, al cortarse la comunicación, habría jurado que oía unos ruidos extraños, como de interruptores. Dejó el auricular en su sitio cuidadosamente y empezó a registrar el estudio palmo a palmo. No sabía qué tamaño podía tener un dispositivo de escucha, pero, si había alguno en su casa, tenía que encontrarlo. Le llevaría toda la noche, y aun así se le podía pasar alguno por alto.

Dejó de remover cojines y se tumbó en el sofá. Aquello era una pesadilla. La vida había sido una balsa de aceite hasta ahora y, de pronto, sin más ni más, se había convertido en una mierda. En una mierda que la asustaba. Una cosa era que un ex ligue quisiera aprovecharse y le hiciera chantaje, y otra muy distinta, el FBI. Y la seguridad nacional. Le parecía tan inverosímil que era como si la hubieran transportado a otra realidad.

Se acordó de Valentina. La había llamado desde ahí, desde casa, por un teléfono intervenido. A lo mejor la había implicado en algún asunto sin saberlo. Se le revolvió el estómago. Tenía que avisarle. Beltran quería que no hablara con nadie hasta después de hablar con él y tras decidir lo que tenían que hacer, pero a Valentina se lo debía, eso y mucho más. Valentina también tenía que cuidar su carrera profesional. No podía arriesgarse a que la salpicara aquel asunto, fuera lo que fuese. Por más bajo que pudiese caer a sus ojos a partir de ese momento, tenía que arriesgarse a contarle todo lo que sabía.

Se levantó para ir a buscar las llaves del coche mientras pensaba dónde habría dejado el móvil. ¿Cómo interpretaría una llamada tan extraña a aquellas horas de la noche? Quedaría como una loca, hablando del FBI y de teléfonos intervenidos. "Tengo que verla cara a cara; esto no puede esperar."

—¿Dónde dices que estás? —Valentina se incorporó sobre un codo y buscó a tientas el interruptor de la lamparilla, al tiempo que se pasaba el teléfono de una mano a la otra.

—Acabo de aparcar en la entrada de tu casa —dijo.

Valentina se apartó el pelo de la cara y bajó las piernas al suelo, por un lado de la cama. Sin hacer ruido, se acercó a mirar por la ventana. Pues sí, ahí estaba Jul, apoyada en el coche y mirando hacia la casa.

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Cuando Tú Quieras (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora