Capítulo 1

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MINNIE

Trabajar en el ejército rojo siempre había sido su mayor sueño, las historias de aquellos valerosos soldados le habían dado una meta de vida desde que era una pequeña niña. En los rincones polvorientos del castillo, Minnie jugaba a que cabalgaba velozmente por el Reino Hwangpye salvando personas en peligro, en aquellos días de infancia ella corría usando un pedazo de una rama quebrada como caballo. En su imaginación, el imponente animal que montaría en sus misiones se llamaría "poderoso semidios" o "tormenta oscura", pero sus sueños infantiles no estuvieron destinados a igualar la realidad. Se acercaban lo suficiente, eso le gustaba. Ella llevaba el uniforme rojo de la guarda real, le quedaba a la medida y la hacía sentir valerosa.

Mientras avanzaban por un poblado sin nombre ni dueño, Minnie no paraba de revisar sus manos lastimadas. Podía ver con claridad las estrías que las riendas dejaban en la palma de su mano, su piel empezaba a ceder ante el fuerte agarre que debía tener cuando el camino les permitía cabalgar a toda prisa. Recientemente habían bajado el ritmo, la comandante que los lideraba en aquellos días, parecía interesada en aquel conjunto de casas que seguramente no resistirían el paso de otro invierno.

Con una rápida mirada, la comandante la encontró entre la fila de jinetes. Eran solamente ellas dos en un grupo de veinte, los demás eran hombres que la mayor parte de tiempo parecían aburridos de tener que lidiar con ellas. Pero con Yuqi debían esforzarse en aparentar interés o algo de respeto.

La mujer de una estatura media, bajó del enorme caballo con un movimiento fluido, demasiado sencillo. Como si el esfuerzo de cabalgar por los últimos tres días no fuese nada en absoluto, Minnie dudaba que ella fuese del todo humana.

―Tú chica, ven conmigo ―le ordenó con un suave tono de voz, después les dio una corta mirada a los demás guardas y estos fingieron interesarse en otra cosa. Eso demostraba que hacerle compañía a la comandante mientras esta hacía algunos interrogatorios no era tan bueno como podría pensarse.

Con un leve quejido de dolor, Minnie descendió del caballo en el que había pasado más horas de las que debían ser permitidas. Su caballo Orejudo le dio una mirada de desprecio y ella quiso sacarle la lengua, la relación entre ellos no era la mejor, pero se contuvo como la guarda profesional que era y dejó al caballo malhumorado en la formación en medio del camino rocoso. Pronto llegarían las lluvias y tratar de cruzar aquel pueblo sería una misión detestable, una que no desearía tener que hacer con un animal tan rencoroso como lo era Orejudo.

La comandante se abrió paso en un establecimiento que bien podría ser una comisaria, un bar o un hotel de paso, las definiciones no importaban, tampoco serían respondidas. Detrás de una barra de madera pulida, un hombre alto de porte elegante, estaba esperando por Yuqi. La comandante se acomodó en el banco alto de la barra y observó la pared de fondo, que mostraba botellas de todas formas y colores. El cambio de escenario se sentía agradable, hubiese sido mejor si dentro del local no oliera a orina.

― ¿Piensas beber algo? ―el hombre tras la barra se cruzó de brazos, la sonrisa en el apuesto rostro le traería problemas, pero Minnie no le advertiría al respecto. Había aprendido que las personas tenían que descubrir su futuro con la comandante cerca, ella afectaba a todos de distintas maneras.

― Sirve dos tragos de lo que sea y trae el pago, no tengo mucho tiempo ―Yuqi respondió con calma o tal vez cansancio, la comandante apenas si dormía cuando se detenían por las noches a calentarse alrededor de una fogata miserable.

El sonido de dos vasos sobre la madera hizo que Minnie regresara su atención a lo que estaba pasando. Yuqi se tomaba su licor de golpe y el hombre elegante le ponía una bolsa en frente, mientras tanto ella se mantenía detrás de su líder, cuatro pasos atrás de ella, para ser exactos.

―Tú... ven aquí ―Yuqi carraspeó su garganta un par de veces, seguramente por el poder del licor de dudosa procedencia―. Bebe un trago, pronto nos vamos.

La joven que vestía un sencillo uniforme rojo oscuro se quedó firme en su posición, esperando que aquella orden fuese una broma, pero no parecía serlo. Después de un par de segundos, Minnie escuchó el suave sonido de sus pasos mientras avanzaba a la barra, tocó la madera aparentemente limpia y se llevó el pequeño objeto de cristal a los labios. Sabía amargo y el líquido era frío, pero la sensación que dejaba era caliente.

Mientras ella luchaba por no toser, la comandante de cabello castaño rojizo, contaba el dinero en la bolsa, una leve sonrisa en el rostro de la mujer decía que todo iba bien. El hombre no parecía impresionado con ellas, Minnie se habría ofendido, pero no tenía suficientes energías.

―La reina aprecia el aporte, buen ciudadano ―le dijo al hombre que cruzó sus brazos musculosos y después saltó del banco con la misma ligereza de la que bajaba del caballo, esta vez portaba una sonrisa maliciosa en su rostro. Minnie la siguió tan silenciosa como pudo, aunque tenía preguntas que hacer y una tos que desatar.

―Buen viaje ―les dijo el hombre mientras ellas avanzaban a la salida, en su mirada parecía conocer los secretos del mundo entero, si hubiese podido Minnie se habría detenido para tener una charla con aquel alto y elegante hombre, su cabello rubio y sus ojos oscuros eran hipnotizantes.

Afuera del establecimiento multifuncional, los dieciocho guardas esperaban con calma aburrida y se espabilaron cuando la pequeña comandante apareció ante ellos. Sin decirles nada, la mujer subió a su imponente caballo y se alejó a galope. A Minnie apenas le dio tiempo de convencer a Orejudo para que colaborara y en cuanto este decidió terminar de torturarla, siguieron la leve nube de polvo que la comandante Yuqi y sus guardas reales dejaban a su paso.

Esa noche descansaron en camastros medianamente suaves y cenaron un buen estofado caliente en un pueblo no mucho mejor que el anterior, la diferencia de aquella noche de viaje fue que no tuvo que cenar sola en un rincón alejado, porque la comandante se acomodó con ella en una mesa con bancos que crujían ante el mínimo peso y juntas compartieron una garrafa de vino tinto.

Al parecer los tributos recolectados eran para la supervivencia de aquellos guardas con finalidades diplomáticas y en el fondo, Minnie sabía que aquel dinero no tenía que gastarse, era la fortuna de la reina y hacer algo así sin permiso llevaba a cualquiera en un camino directo a la horca. Aun así, ella comió el pan tibio y bebió el vino amargo, porque en una misión como aquella era en lo que había enfocado sus sueños de infancia. Nunca imaginó que sería así de complejo y nunca pensó que le gustaría tanto ser una guarda, una soldado con una capa roja en una misión que cumplir. 

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