Capítulo 2

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Yuqi

El olor salado en el aire le daba un sabor extraño en la boca, pero no tenía problemas con ello porque el ron añejo le ayudaba a limpiarse el paladar. Ahora tenía una buena excusa para beber durante la mañana sin obtener miradas de desconfianza de sus hombres. Esa expresión le gustaba, ella tenía hombres a su disposición, dieciocho soldados y una chica, nada más y nada menos. Pero tanta testosterona alrededor no era buena para la salud, a veces empezaba a copiarles algunas actitudes y el aroma de siete días cabalgando no ayudaba a que el aprecio por los soldados junto a ella fuese en aumento.

Uno de ellos seguía negociando con un mercader, pero por las reacciones desaprobatorias del hombre y los gestos enojados del guarda uniformado, no iba bien. Con un lento y hondo suspiro, Yuqi se puso de pie y ajustó uno de sus guantes al caminar. Le gustaba hacer algunos movimientos dramáticos antes de intervenir en una situación, la reina diría que era exagerada y ella respondería que ese era su modo de ser profesional, entonces ambas empezarían una discusión actuada que terminaría en risas y miradas cargadas de profunda comodidad. Pero la reina no estaba ahí, debía recordarlo.

― ¿Cuál es el problema, caballeros? ―les preguntó ella con un nudo en la garganta.

―El mercader dice no tener espacio... ―dijo el soldado.

―Y tampoco tengo otro barco... ―Interrumpió el mercader.

―Y dice que debe partir en una hora o su mercancía se perderá...

―Son barriles de aceites y grasas, unos son más resistentes que otros...

Los dos hombres estaban dándole miradas confusas, ella de pronto se encontró agradecida por la distracción porque pensar en la reina Soyeon era algo que tenía que hacer a solas y con dos botellas de ron vacías delante de ella.

― ¿Cuántos pasajeros puede llevar entonces?

El mercader reflexionó su pregunta por unos segundos. Era un hombre de gran altura, con cabellos canosos y un bigote mal recortado que estaba más corto de un lado que del otro. Sus ropas caras compensaban el error del barbero y sus ojos brillaban con una inteligencia comercial cultivada con años de experiencia.

―Diez pasajeros, será incómodo pero estable. Más pasajeros sería peligroso para el viaje, para la carga...

―Si, si está bien ―le cortó sacudiendo su mano enguantada y después se giró para ver a los demás soldados que esperaban una indicación. Se veían mortalmente aburridos, frunciendo el entrecejo ante el sol de media mañana. Después de analizarlos por un instante, ella contó con sus dedos mientras los iba mencionando, los que no eran llamados retrocedían unos pasos de regreso a donde habían dejado los caballos.

Cuando mencionó a la chica, la soldado pareció muy impactada con su decisión y al instante estuvo en movimiento, tirándose al hombro un morral con sus pertenencias y caminando a la rampa de acceso al barco del mercader. Yuqi no estaba segura de porqué la había elegido, era una chica sencilla y disciplinada, no había visto nada impresionante en ella, de todos modos, la idea de llevarla en la misión al otro lado del mar sonaba bien en su cabeza. Pero no se podía confiar, había estado tomando ron toda la mañana y el calor también empezaba a afectarle.

El barco era bastante grande, pero como había dicho el mercader, las bodegas estaban llenas de barriles. Los soldados bajaron armas y algunos morrales con cargas, pero eso era todo, no quedaba suficiente espacio para refugiarse en aquel espacio del barco. Sin más remedio, todos ellos se acomodaron en la superficie, viendo el horizonte mientras el barco se alejaba más y más del muelle. Los soldados dejados atrás se quedarían en una vieja posada de paso y regresarían al castillo al día siguiente.

Al anochecer, Yuqi rebanaba trozos de una manzana verde con una de sus dagas, delante de ella todo lo que veía era mar y estrellas. La noche había caído sobre el horizonte minutos atrás y la brisa que soplaba se iba poniendo cada vez más helada.

― ¿Cómo es Muhan? ― la voz venía acompañada de una soldado delgada, con un flequillo revuelto y mejillas muy pálidas.

―Como cualquier otro reino, pero está en la costa y no tenemos que viajar una vez que lleguemos al puerto. Es caluroso y huele a muchas cosas al mismo tiempo.

― ¿Y las personas? ―la curiosidad de Minnie era de esas que, en lugar de saciarse, siempre estaba en constante expansión. Yuqi le dio una mirada de reojo, la joven a su lado se mantenía firme con la expresión enfocada a la distancia. Claramente el oleaje la enfermaba y la soldado buscaba una distracción.

―Como todos, tienen extremidades, cabello, algunos más limpios que otros...

Minnie le dio una leve sonrisa y se fijó en la daga con la que estaba sacándole trozos a la manzana. Era una pieza de metal brillante, con una empuñadura roja sencilla.

―La nombré Tytus, es una daga forjada para la realeza ―la soldado parecía entender eso, pero no dijo nada al respecto―. La reina me la obsequió cuando logré la posición de comandante, muchos dudaron de mí, Soyeon no lo hizo.

―Un regalo maravilloso ―le dijo la chica, sin atreverse a observarla directamente y después regresó con sus compañeros.

Mientras parte de su cuadrilla de soldados cenaban con pan crujiente y jugo, ella se quedó sentada sobre un costal relleno de semillas. Su mirada seguía fija en las aguas en constante movimiento y en los puntos parpadeantes en el cielo. En su mano, Tytus se sentía pesada, como si la hermosa daga acumulara todas sus preocupaciones y sobre todo sus muchos remordimientos.

Desde que había abandonado el castillo días atrás, Yuqi pensaba en la reina, su reina. Soyeon era una mujer particularmente fuerte, nacida para liderar, moldeada para dominar el mundo si lo deseaba. Era joven, fuerte y astuta. Solían decir que era una reina despiadada y lo era cuando tenía que serlo, pero con ella nunca fue mala. No hasta dos semanas atrás, cuando Yuqi creyó que era tiempo de ser honesta. Le habían dicho que, para vivir realmente, para disfrutar de una vida con propósito, se tenía que decir la verdad. Pero en su caso el resultado no fue felicidad absoluta, sino un silencio mortal y un gesto desaprobatorio que ahora no la dejaba dormir.

Y mientras las olas golpeaban la nave en alta mar, la comandante pensaba en las cosas que no debía compartir con las personas, en los secretos y como a veces guardarlos era lo mejor. Tal vez si se hubiese mantenido callada, todo estaría bien y ella no tendría que cruzar el mar para ir a otro reino, tal vez estaría en el palacio custodiando a la reina y admirando su belleza desde lejos, como lo había hecho durante los últimos tres años.

Pero había sido honesta y la verdad la condenó obedecer las órdenes de la reina, liderando una misión diplomática en un barco que olía a grasa, rodeada de soldados que roncaban al dormir. Y aún faltaban dos días más de viaje.

Con uno de sus particulares suspiros, Yuqi extendió una bolsa para dormir y se acomodó viendo el cielo oscuro. Las estrellas parecían murmurar secretos, Yuqi se reusaba a escuchar. De ahora en adelante ella se mantendría callada, no importaba cuanto empujaran en su interior, sus emociones no volverían a salir a flote. 



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