Mi refugio.

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        - ¡Gilipollas! ¡Eso es lo que eres! ¡¿Me has escuchado, niñana?!

Él aporreaba la puerta mientras gritaba. Yo solo trataba de concentrarme en no escucharle. Pero era inutil. Él nunca se cansaba. Mi única salvación era que decidiera que no estaba lo suficientemente borracho y se bajara al bar, o que mi madre apareciera como el heroe de una pélicula y me defendiera. Claro que eso último solo le causaría problemas a ella. Así que me sequé las lágrimas, repitiéndome a mí misma una y otra vez que no llorara, que él no se merecía que llorase por su culpa, y cogí el bloc de dibujo que había sobre la mesa. Me senté en la cama y me dediqué a ojearlo.

Aquel era mi bloc favorito. Durante los últimos dos años, había dibujado en sus páginas recuerdos felices. Entre ellos, algún día en la playa con Jade o Joe, las vacaciones en el pueblo de la abuela, una tarde con la pandilla, todos al completo... Añadiría las vistas del mirador cuando pudiera recuperar los lápices, que se habían quedado en territorio de mi padre.

        - ¡Abre la puerta! ¡¿Qué quieres, que la tire yo para que así parezca el malo de la película, no?!

Pegué un respingo en la cama. Involuntariamente, todo mi cuerpo comenzó a temblar de nuevo. "Ignórale, ignórale, ignórale": Pero la puerta se movía cada vez con más violencia, amenazando con ceder ante sus empujones. Cogí el móvil, dispuesta a mandarle un mensaje a mi madre. Mi padre jamás me había puesto la mano encima, pero eso no me quitaba el miedo de que esa vez se decidiera a hacerlo. Pero justo cuando marcaba el número de mi madre en la pantalla, recibí un mensaje.

        "Cielo, me ha llamado tu abuela. Acaba de llegar a la ciudad, así que me quedaré en casa de tu tía a pasar un rato con ella. A lo mejor llego tarde".

Mierda. Mi comodín se acababa de esfumar. Agarré una manta y me arrebujé bajo ella, como si fuera la Gran Muralla China, una barrera imponente, defersora contra ataques invasores, y no un triste trozo de tela de antes de que yo naciera. Cerré los ojos y crucé los dedos para que la tormenta pasara rápido.

Concretamente, la tormenta había tardado en cansarse una hora y cuarenta minutos. Bueno, más que cansarse, se había encontrado lo suficientemente aburrida de aporrear una puerta como para decidir bajarse al bar. Yo me puse rápidamente las botas y una chaqueta, metí mi móvil y mi monedero en el bolsillo y salí por la puerta sin saber muy bien a dónde ir. Mi primera opción era llamar a mi madre y explicarle lo ocurrido o plantarme en casa de mi tía. Pero eso haría que mi madre se preocupara y no disfrutara de la tarde, así que descarté la posibilidad. También podía llamar a Mikel. Es decir, era mi novio, y los novios están para esos momentos, ¿no? Pero no tenía ganas de verle. En ese momento, tuve la sensación de que realmente no éramos pareja, pero no era el momento para preocuparse por insignificancias como esa. Solo me quedaban mis amigos.

Uno a uno, fuí llamándolos a todos. Jade estaba en una cita, así que no le dije nada, no quería chafarle el momento. Ya la interrogaría más tarde sobre el afortunado. Joe tenía reunión familiar, y aunque quiso venir a ayudarme, su madre le encadenó (metafóricamente) a la silla y le obligó a quedarse en el sitio. Por último, marqué el número de Zack. Un toque, dos toques, tres...

        - ¿Vi?

        - Zack -dije con la voz más compuesta de la que fui capaz - ¿estás ocupado?

        - No. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -se notaba la ansiedad en su voz. Siempre se preocupaba demasiado.

        - Si, es solo que necesito...

        - Dime dónde -me cortó.

        - En el parque del delfín. ¿Te parece bien?

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora