Así empezó todo...

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 - 20 de Septiembre de 2012 -

Había un sonido tratando de llegar a mis oídos. Un sonido familiar y realmente molesto. Pero no pensaba moverme, no señor. Se estaba tan bien en la cama... Me arrebujé bajo las mantas y me concentré en seguir durmiendo. Y lo habría hecho de no ser por la imagen de Jade, mi mejor amiga, dentro de mi cabeza, mirando con cara de enfado su reloj de muñeca. ¡Mierda! Iba a llegar tarde. Salte de la cama, como impulsada por un resorte invisible, y me embutí en lo primero que pillé (vaqueros y camiseta ancha, como siempre). Fuera de mi habitación, la casa parecía completamente vacía. Mi madre salía a trabajar temprano, y mi padre debía estar durmiendo. Con cuidado, cogí mi mochila, abrí la puerta y baje corriendo por las escaleras, sin esperar si quiera al ascensor. Sabía que mi pelo debía ser un nido de pájaros en ese momento, pero no había tiempo. Casi podía ver a Jade despellejándome si me retrasaba un poco más. 

Jade era mi mejor amiga. Mi hermana. Siempre había sido así. Nos conocimos siendo muy pequeñas y nos hicimos íntimas en un abrir y cerrar con ojos. Ella solía decir que éramos "divas en pañales". Siempre sabía lo que pensaba, y ella sabía lo que pensaba yo. Estábamos sincronizadas. Aunque ella era todo lo contrario a mí: extrovertida, atrevida, coqueta y con un carácter un tanto... explosivo. Y ese carácter explosivo me iba a descuartizar si no corría más. Crucé la calle a grandes zancadas y giré a la izquierda. Y allí estaba, en la puerta de su casa. Como siempre, iba perfectamente conjuntada, con sus ajustados vaqueros negros y su hermosa camisola azul oscuro. Su larguísima melena negra le caía como una cascada al rededor del rostro y por los hombros, y sus ojos castaños estaban rodeados de pintura negra. La miré, negando con la cabeza. Cualquiera diría que iba a la presentación del instituto... Al verme, abrió los ojos como platos y se echó las manos a la cabeza.

        - ¿Pero a dónde vas con esas pintas? -exclamó - ¿No podías al menos ponerte un poquito de maquillaje o algo que no parezca tres tallas más grande de la que gastas? 

        - Sabes que el maquillaje y yo no nos llevamos bien. Implica levantarme temprano y eso no va a pasar - ella se rió al escucharme y negó con resignación -. Además aún hace calor. Y mi camiseta es fresquita. ¿Qué tiene de malo?

        - Que tienes tetas, cariño, y algún día tendrás que lucirlas.

        - Algún día...

Las dos nos echamos a reír mientras nos dirigíamos al instituto. Las calles estaban prácticamente vacías por la mañana. Vivíamos en una ciudad bastante pequeña, pero me encantaba. Tenía esa paz que no tienen las grandes ciudades. Y nuestro instituto era de los más pequeños. Un instituto pequeño en una ciudad pequeña. Allí, todo el mundo conocía a todo el mundo, excepto a mí. Apenas un puñado recordaba mi nombre. Para el resto, era solo la amiga de Jade. Ella era la única razón para que no se metieran conmigo. Jade tenía fama de mamá leona, y era muy justa. 

        - Oye, ¿has quedado con Joe? -preguntó ella.

        - Hablé ayer con él, me dijo que nos esperaba en la esquina del instituto.

Joe era mi otro mejor amigo. Juntos éramos como los tres mosqueteros. Dos años atrás, en el segundo curso del instituto, Joe y Jade habían coincidido en no-sé-qué clases particulares, y se habían hecho amigos. Y un buen día, Jade decidió presentarme a Joe, y así fue como pasó. De la noche a la mañana éramos inseparables. Joe era muy, muy gay, y tenía ciertos problemas en casa por ello. No lo malinterpretéis, su madre no lo sabía (su padre no vivía con ellos), pero precisamente por eso él sufría más. No sabía cómo reaccionaría ella, y vivía con miedo constante a que se enterara. 

Llegamos al instituto en unos minutos, charlando sobre lo mono que era Mikel, el típico guaperas, y sobre su reciente ruptura con una tal Amy Adams. Joe estaba apoyado contra la esquina, como había dicho. Llevaba enchufados los auriculares y movía la cabeza al ritmo de la música. Era un verdadero desperdicio eso de su homosexualidad. Era alto, guapo, delgado y tenía un gran sentido de la moda (desde que Jade y yo le enseñamos, claro). Al mirarlos, cualquiera podría pensar que Jade y él eran hermanos: mismo color de pelo, mismo color de ojos, misma nariz chata... De no ser por la piel más oscura de ella y sus facciones exóticas, podrían engañar a cualquiera. 

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora